Archivo mensual: junio 2020

Los trabajos de final de curso de la Universidad Popular pueden verse en el Museo Municipal

Hasta el 12 de Julio

“Reencuentro con el Arte”, es el nombre de la exposición que ha inaugurado el concejal de Cultura, Mariano Cuartero en el Museo Municipal en que se muestra los trabajos de pintura, cerámica y grabado de los alumnos de la Universidad Popular. Con él estaban los dos monitores de estas disciplinas, Alfredo Martínez y Jose Raúl Ramírez.

La exposición muestra la evolución de los alumnos en las diferentes áreas artísticas que ofrece el Patronato de Cultura de Alcázar de San Juan. Durante este año han participado más de 80 personas en los talleres. En la exposición se pueden observar cuarenta piezas de cerámica y más de 100 obras de pintura y grabado

Por su parte, el concejal de Cultura Mariano Cuartero agradeció a los monitores su labor durante el confinamiento, ya que fue todo un éxito y llevó divertimento a las casas de Alcázar. En cuanto a la calidad de la obra presentada la calificó de alta, ya sea por la capacidad de los profesores o por el talento de los alumnos y alumnas, aunque opina que es por las dos cosas.

 Se pueden visitar en el Museo Municipal hasta el próximo 12 de julio, visitas que se pueden realizar manteniendo las medidas de seguridad y con un aforo máximo del 75 por ciento de la capacidad del recinto, que ahora también cuenta con un ascensor para hacerlo más accesible.

Ayuntamiento de Alcázar de San Juan

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Desaparecido en Quintanar

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Antonio Soto Heras, joven de 26 años desaparecido en Quintanar de la Orden .

El domingo por la mañana salió hacer deporte por la zona del polideportivo de Quintanar de la Orden, han aparecido sus llaves y móvil.

¡Por favor, toda ayuda es buena!Paso la foto para que la compartáis. Llevaba camiseta roja y pantalón corto negro.

Muchas gracias

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Las plumas de los soldados españoles

uniformes militares

Cervantes fue soldado del ejército español. Se alista o sienta plaza en Italia en 1570, dejando la vida cómoda al servicio del cardenal Acquaviva. La participación en la batalla de Lepanto, el día 7 de octubre de 1571, “la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros”, fue para él un alto honor. Herido en ella, pasa unos meses en el hospital de Mesina donde se recupera junto con otros soldados “que han quedado mancos y maltratados de la batalla”. Uno de esos soldados heridos también se llama Miguel Cervantes, del que poco más sabemos. Después, su nombre se reconoce en las campañas militares de Navarino, Túnez y la Goleta,  hasta que decide volver a España en 1575. Es apresada la galera en la que venía y llevado cautivo a Argel, donde pasará cinco largos años esperando su rescate.

En sus novelas irradia su amor por el servicio a las armas, lo que da a entender que su alistamiento y paso por el ejército fue por gusto y no por obligación. El ejercicio u oficio de las armas era uno de los tres que cualquier padre quería para sus hijos, según le decía el padre al capitán cautivo, uno de sus tres hijos:

“Hay un refrán en nuestra España, a mi parecer muy verdadero, como todos lo son, por ser sentencias breves sacadas de la luenga y discreta experiencia; y el que yo digo dice Iglesia o mar o casa Real,… Digo esto porque querría y es mi voluntad que uno de vosotros siguiese las letras, el otro la mercancía, y el otro sirviese al rey en la guerra, pues es dificultoso entrar a servirle en su casa; que ya que la guerra no dé muchas riquezas, suele dar mucho valor y mucha fama” (Q 1, 39)

Los orgullosos soldados españoles no escondían su profesión, al contrario, aún estando fuera de servicio mostraban con sus ropajes su condición de soldado, sargento, alférez o capitán. Estas ropas, aunque debían corresponderse con un mismo patrón, no eran del mismo tipo de tejido y color, y debían ser sufragadas por el propio soldado, o descontadas de su soldada. No es hasta 1660 cuando el ejército español unificó sus uniformes, distinguiéndose así unos Tercios de otros, y eran entregados en el momento de sentar la plaza.

Cervantes detalla en el Quijote la vida militar y también su indumentaria. Después de dejar la Cueva de Montesinos don Quijote, Sancho Panza y el primo alcanzan a un mancebito que iba a alistarse en una compañía de soldados. Este no iba por gusto, sino por necesidad, como mostraba en las  seguidillas que cantaba: “A la guerra me lleva mi necesidad. Si tuviera dineros, no fuera, en verdad”. Viste con lo justo para el camino, reservando el resto de ropa para cuando asiente su plaza en la compañía:

“Llevaba la espada sobre el hombro, y en ella puesto un bulto o envoltorio, al parecer, de sus vestidos, que, al parecer, debían de ser los calzones o greguescos, y herreruelo, y alguna camisa, porque traía puesta una ropilla de terciopelo con algunas vislumbres de raso, y la camisa, de fuera; las medias eran de seda, y los zapatos, cuadrados, a uso de corte…

Señor —replicó el mancebo—, yo llevo en este envoltorio unos greguescos de terciopelo compañeros desta ropilla: si los gasto en el camino no me podré honrar con ellos en la ciudad, y no tengo con que comprar otros; y así por esto como por orearme voy desta manera hasta alcanzar unas compañías de infantería que no están doce leguas de aquí, donde asentaré mi plaza y no faltarán bagajes en que caminar de allí adelante hasta el embarcadero, que dicen ha de ser en Cartagena. Y más quiero tener por amo y por señor al Rey y servirle en la guerra que no a un pelón en la Corte” (Q2, 24).

Cuando pasaban los meses, y los años, los soldados iban comprando mejores ropas con las que vestir, siempre guardando las mejores en baúles o bolsos de cuero para cuando estaban en las villas y ciudades, creyéndose así comparables a los nobles. Ropas de buen tejido, botas grandes, cinturones del mejor guarnicionero, donde ajustar y mostrar la espada, y sombreros de ala rematados con exóticas plumas de vivos colores, provocaban la admiración y envidia en los muchachos, deseosos de poder alistarse y salir a conocer mundo, y también en las muchachas, deslumbradas por los brillos de las cadenas, hebillas y tachuelas, y el aire de las vistosas  plumas.

Cervantes describe a un soldado, que se marchó de su pueblo con doce años a servir a un capitán que pasó por su pueblo con su compañía de soldados, una edad muy frecuente para ser paje o grumete, y que vuelve unos años después, ya como soldado veterano. El uso que hace de sus vestimentas, no pasa desapercibido en el relato:

“En esta sazón vino a nuestro pueblo un Vicente de la Rosa, hijo de un pobre labrador del mismo lugar, el cual Vicente venía de las Italias y de otras diversas partes de ser soldado. Llevole de nuestro lugar, siendo muchacho de hasta doce años, un capitán que con su compañía por allí acertó a pasar, y volvió el mozo de allí a otros doce vestido a la soldadesca, pintado con mil colores, lleno de mil dijes de cristal y sutiles cadenas de acero. Hoy se ponía una gala y mañana otra, pero todas sutiles, pintadas, de poco peso y menos tomo. La gente labradora, que de suyo es maliciosa, y dándole el ocio lugar es la misma malicia, lo notó, y contó punto por punto sus galas y preseas y halló que los vestidos eran tres, de diferentes colores, con sus ligas y medias; pero él hacía tantos guisados e invenciones dellas, que si no se los contaran hubiera quien jurara que había hecho muestra de más de diez pares de vestidos y de más de veinte plumajes” (Q1, 51)

Leandra, una moza del pueblo, cayó seducida en sus brazos y el final de la historia por todos es conocida: “al cabo de tres días hallaron a la antojadiza Leandra en una cueva de un monte, desnuda en camisa, sin muchos dineros y preciosísimas joyas que de su casa había sacado”

Augusto Ferrer-Dalmau pintando

Algo parecido pasó en el lugar de don Quijote, mientras amo y escudero deambulaban por tierras aragonesas. Entre otras cosas, esto le cuenta Teresa a Sancho, como respuesta a su carta, que el paje de la duquesa le había traído a casa: “Por aquí pasó una compañía de soldados; lleváronse de camino tres mozas deste pueblo; no te quiero decir quién son: quizá volverán y no faltará quien las tome por mujeres, con sus tachas buenas o malas” (Q2, 52) 

Que una compañía de soldados pasara por una villa y se alojase en ella varios días, o semanas, era un problema social y económico para ella. Social porque la llegada de una cierta cantidad de hombres, a veces muy ociosos, sobresaltaban la vida diaria de la villa, y  económico porque acarreaba un gasto enorme a las arcas del concejo, y más para los vecinos más humildes que tenían la obligación de hospedarlos en sus casas, según pragmáticas del rey. Y no eran pocos los hombres que integraban una compañía de soldados. Felipe II disponía que cada Tercio de su ejército se compusiese de 3000 soldados, divididos en diez compañías, al mando de un capitán cada una de ellas, un alférez y varios sargentos y cabos. Aunque este número fue menguando conforme avanzaba el siglo XVI, cuando Cervantes escribía el Quijote cada compañía estaba formada por no menos de cien soldados. Con este número,  solo las villas medianas o grandes disponían de los recursos y podían asumir los gastos necesarios para su hospedaje y manutención, más cuando había muchos vecinos eximidos de la obligación de hospedar a los soldados, ¡vaya! que estos eran alojados en las casas de los más humildes y con menos recursos.

La imagen de Alcázar de San Juan es detallada en el Quijote como el lugar del Ingenioso Hidalgo en varias ocasiones, incluso Cervantes aprovecha un suceso que ocurre en esta villa manchega después de editar su primer Quijote para incluirlo sutilmente en el segundo de 1615: la visita de una compañía de soldados de no muy buen recuerdo en el pueblo.  Y la utiliza en la carta de Teresa antes citada: “Por aquí pasó una compañía de soldados; lleváronse de camino tres mozas deste pueblo; no te quiero decir quién son: quizá volverán y no faltará quien las tome por mujeres, con sus tachas buenas o malas”.

En octubre de 1608 el escribano del ayuntamiento de Alcázar anota en el Libro de Actas y Acuerdos de la villa que: “ […] en veinticuatro días deste mes de octubre de mil seiscientos y ocho años se alojó en esta dicha villa la compañia de hombres de armas del señor marques de Cañete a quien alojaron vecinos de dicha villa”. Pasados más de quince días surgen los primeros problemas, ya que el alojamiento  “fue en casas de vecinos de poca posibilidad y fuerzas porque los mas ricos hallaron estar libres de recibir huéspedes por mandato de Su Magestad, unos por hidalgos otros por salitreros…”. Los alcaldes y regidores acuerdan que  “para aliviar más el trabajo y costas a las personas en cuyas casas se alojan los dichos gentilhombres por cada día se de a las casas un real para la costa del soldado”

Pero el tiempo pasa y la compañía seguía en la villa. De nuevo se reúnen para tratar este asunto y toman la decisión de que lo mejor es abonar al capitán una cierta cantidad de dinero para que se marchen a otro lugar, como se dice por esta parte de la Mancha ¡con la música a otra parte! Y encargan el “despacho” de la compañía de soldados a los regidores Melchor de Agudo y Andrés de Valdivieso que pactan con don Francisco de Londuño, capitán de la compañía, su marcha de la villa por ¡veinte mil reales!

Lógicamente en las actas no aparece reflejado si surgió algún exceso de los soldados, aunque sí se anota el nombramiento de dos regidores para que estuviesen al tanto, sospechando que tal cantidad de hombres podrían dar alguno que otro suceso. La incomodidad del paso de la compañía de soldados por la villa queda de manifiesto en las actas del ayuntamiento, y explícitamente como se aprecia en el encabezamiento del acta del trece de noviembre de 1608 que dice: “Acuerdo de los regidores del ayuntamiento y alcaldes desta villa para echar della a los gentiles hombres de armas por convenir a los vecinos de esta villa y bien della”

Acta Archivo Municipal Alcázar

Oficialmente costó a la villa “echar della a los gentiles hombres de armas”, además de las costas pagadas a los vecinos, esos veinte mil reales anotados, pero quizá también alguna que otra moza de la villa enamorada por las graciosas plumas que los soldados aireaban por las calles y plazas de Alcázar. Una imagen en Alcázar de San Juan de finales de 1608 que queda irónicamente inmortalizada por Cervantes en el Quijote de 1615.

                                                       Luis Miguel Román Alhambra

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La caña de pescar de Sancho Panza

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El lugar de don Quijote se encuentra en una parte de la Mancha más seca, sin embargo Cervantes lo describe como un lugar con cuantiosos recursos hídricos superficiales cuando don Quijote, derrotado por el Caballero de la Blanca Luna en la playa de Barcelona, vuelve a casa para cumplir el año de retiro impuesto, tomando la decisión de hacerse pastor durante este tiempo: «[…] yo compraré algunas ovejas […] y nos andaremos por los montes […] bebiendo de los líquidos cristales de las fuentes, o ya de los limpios arroyuelos, o de los caudalosos ríos […]» (Q2, 67). Sancho desespera porque llegue ese ansiado trabajo, oficio que había ejercido antaño, y, así, poder dejar el de escudero. Sancho ya imagina a su hija llevándoles la comida al campo, lo que indica que los parajes por donde apacentarán al rebaño de ovejas está cerca del pueblo: «Sanchica mi hija nos llevará la comida al hato».

Esta singularidad geográfica del lugar de don Quijote propiciaba la actividad de la pesca entre sus vecinos. Sancho y un vecino suyo, disfrazado de escudero del Caballero del Bosque, en una larga conversación entre ellos mientras cenaban, éste le pregunta a Sancho:

“[…] qué escudero hay tan pobre en el mundo, a quien le falte un rocín, y un par de galgos, y una caña de pescar, con que entretenerse en su aldea?

A mí no me falta nada deso, respondió Sancho, verdad es que no tengo rocín, pero tengo un asno, que vale dos veces más que el caballo de mi amo” (Q2, 13).

El inusual recurso hídrico citado en el texto de varios “ríos”, además de fuentes y arroyos, en esta parte de la Mancha, solo es posible apreciarlo en el término de Alcázar de San Juan.

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Los ríos Guadiana, Záncara y Gigüela atraviesan su término y se unen en lo que hasta hoy se conoce como la Junta de los ríos. Poco más adelante, en la línea con el término municipal de Herencia, también aporta su caudal el río Amarguillo. Hoy es posible ver esta espectacular imagen de la Junta solo los años de alta pluviometría, muy escasos actualmente.

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En esta comarca cervantina, delimitada sus bordes por Tembleque, Quintanar de la Orden Argamasilla de Alba y Puerto Lápice, ningún vecino podía declarar explícitamente como hace Tome, que así se llamaba el escudero, y Sancho Panza su afición a la pesca en sus ríos, o su necesidad para completar la maltrecha despensa familiar, si no vivía en Alcázar de San Juan. La mayoría de pueblos de esta comarca declaran en sus Relaciones Topográficas que no hay pesca en su término o la que hay es muy mala y por ello no se consume. Los ríos de esta parte de la Mancha, como el Záncara, Gigüela y Amarguillo se secaban siembre en verano, e incluso había inviernos que el agua no corría por ellos, por lo que los peces eran muy pequeños e inservibles para su consumo. A excepción del río Guadiana, que corría todo el año, pero, como el agua, los peces que llevaba eran propiedad del prior de la Orden de San Juan, que mediante arriendos propiciaba su pesca, como ocurría en la villa de  Argamasilla de Alba.

En el término de Alcázar de San Juan, a unos diez kilómetros de la villa, se juntan todos estos ríos para formar uno solo. A menos de dos horas de camino llano, sus vecinos tenían la posibilidad de hacerse con pescado fresco de río, más barato que el pescado en salazón que arrieros y trajinantes traían desde Andalucía y Levante a la Mancha.

Es tal la afición, o necesidad, a la pesca en Alcázar de San Juan que en el año 1601 surgen denuncias de los agricultores por la elaboración de numerosas «cespederas», muretes artificiales realizados con piedras y tierra  con las que se conseguía embalsar y retener el agua durante varios meses y así mantener vivos los peces, que ocasionaban desbordes y daños en las tierras y caminos de labor en los meses de invierno, cuando el caudal las desbordaba.

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Son los alcaldes y regidores de Alcázar de San Juan quienes, ante esta práctica de pesca, tienen que tomar severas decisiones:

“En la villa de Alcázar a catorce días del mes de octubre de mil y seiscientos y un años los señores alcaldes y regidores que aquí firmaron sus nombres  estando juntos en su ayuntamiento a campana tañida como lo hacen de uso y costumbre para tratar y conferir las cosas tocantes del bien de los vecinos dijeron que de causa de que algunos vecinos de esta villa y forasteros han hecho y hacen muchas cespederas en el río Záncara para pescar y por haber tanta cantidad de las dichas cespederas tapan el río y sale fuera de madre y a echado a perder muchos huertos y haces de labor y otras heredades y los caminos por donde se va a las labores desta villa de suerte que a hecho notables daños”

Es tanta la pesca que se toma de sus ríos que pocos meses después, los mismos alcaldes y regidores, acuerdan que la pesca se utilice para el propio consumo de la población, por entonces de unos 9.000 habitantes, impidiendo su comercio, anunciando penas y multas para quienes habiendo pescado no lo cumpliesen. En febrero de 1602 el escribano municipal  anotaba en el Libro de Actas y Acuerdos:

“Acordaron los dichos señores que se identifique a todas las personas que pescan en los ríos que están en el término de esta villa que acudan a ella con toda la pesca que tomaron de los dichos ríos para la provisión de esta villa. Sin que sean osados a vender la pesca en esta villa. So pena de seiscientos maravedíes […]”

Alcázar de San Juan al recibir el título de villa por el rey Sancho IV, este le otorgó unos privilegios que otras villas no tenían, posiblemente por haber nacido aquí su hijo Fernando, quien fue su sucesor como rey de Castilla. Estos privilegios fueron siempre disputa entre la villa y el prior de San Juan,  especialmente con su gobernador que residía habitualmente en Alcázar. En julio de 1605 aprovechando que el Concejo de Alcázar de San Juan había nombrado a unos regidores para “ir a besar las manos de su Alteza del príncipe gran prior de San Juan” para suplicarle “se sirva de remediar la necesidad de trigo para pan y sembradura” que tenía la villa ante las malas cosechas que habían tenido, le piden también al prior que no arriende la pesca de los ríos, por lo poco que le supone a él y lo mucho a los pobres poder pescar libremente en ellos, como se ha hecho desde antiguo en Alcázar de San Juan:

“Item. Sinificando a Su A[lteza] el daño que tiene a los pobres del arrendar la pesca de los ríos y lagunas y el poco probecho que tiene a Su Alteza y la defensa que tiene la villa en la costumbre antigua podría servirse de mandar que se den los dichos arrendamientos reduciéndose al estado antiguo”

Seguimos en tiempos de la escritura del Quijote, cuando, de nuevo, los alcaldes y regidores tienen que tomar cartas en el asunto por la construcción de las “cespederas” en sus tres ríos, y los problemas que estas acarrean a los agricultores y a los caminos. Es abril de 1608 cuando reunidos acuerdan que:

“Otro si acordaron que se pregone públicamente que todas las personas que tuvieren cespederas en los ríos de Zancara y Guadiana y Jiguela dentro del termino desta villa las derriben y limpien la corriente de los dichos ríos sacando fuera de ellos las céspedes y otras cosas con [que] los tuvieren atrapados dentro de quatro días con apercibimiento que pasado el dicho termino iran personas a su costa […] las dichas cespederas embarrancando con ellas la corriente de los dichos ríos se anegan muchas eredades de vecinos desta villa y los caminos de manera que no se puede pasar a las labores dellas”

En estas “cespederas”, además de pescar con caña, sedal y anzuelo, se utilizaban pequeñas nasas amarradas a una caña y garlitos. De esta manera, el pescado que quedaba en el agua embalsada, de manera también pasiva, se atrapaba con facilidad y en ocasiones en cantidad, como recogían las actas del ayuntamiento. Esta imagen coetánea a la escritura del Quijote, se puede apreciar en unos grabados conservados en la BNE, realizados entre 1582 y 1600 por Philippe Galle.

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La imagen de Sancho sobre su rucio con una caña de pescar al hombro o pescando en un río es inexistente en el dibujo y grabado del Quijote. Es una seña de identidad geográfica del lugar de don Quijote que coincide exactamente con la imagen geográfica de Alcázar de San Juan y de sus vecinos que alguna vez vio Cervantes aquí y la utilizó como descripción del lugar de don Quijote.

Otra imagen más del paisaje y paisanaje de Alcázar de San Juan que Cervantes inmortaliza en la novela como el lugar de don Quijote. Una seña de identidad geográfica física y humana que no es posible percibir en ningún otro lugar en esta parte de la Mancha.

Calidad y cantidad de bellotas y pescado de río eran productos que identificaban la imagen de Alcázar de San Juan en 1600, y que Cervantes utiliza sencillamente como recurso literario para describir, sin nombrarlo, al lugar de don Quijote.

                                                         Luis Miguel Román Alhambra

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Apuntes sobre la fonda de Alcázar de San Juan

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Desde hace mucho tiempo, como mínimo un cuarto de siglo, hemos tenido un gran interés por Alcázar de San Juan en general y por la fonda de su estación en particular. Durante muchos años solo tuvimos noticias de ella a través de diversas publicaciones especializadas. Nuestro primer viaje al gran nudo ferroviario tuvo lugar en febrero de 2012 y para nuestra sorpresa, en este caso negativa, la fonda era ya historia. A pesar de no haberla podido conocer en persona, siempre nos ha fascinado todo lo que rodea a este establecimiento que, sin duda, se convirtió en una institución dentro y fuera de Alcázar de San Juan. Por tal motivo, y porque queremos recordar un episodio de nuestro glorioso pasado ferroviario, queremos dedicar en El Guardagujas un espacio a hablar de esta fonda mítica.
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El ferrocarril llegó a Alcázar de San Juan en 1858. La llegada de este nuevo tipo de transporte, que había hecho su estreno en la España peninsular diez años antes, iba a cambiar la faz de esta ciudad que algunos consideran patria de Miguel de Cervantes. En aquel año Alcázar de San Juan iba a ser una estación más en la conexión ferroviaria de Madrid con Alicante. Sin embargo, dos años después, esto es en 1860, Alcázar de San Juan vería abierta otra línea que, buscando el sur de España, la uniría con Manzanares. Fue así como empezó la historia de una estación que, con letras mayúsculas, se convirtió en una encrucijada de caminos. La confluencia en Alcázar de San Juan de un tráfico ferroviario tan intenso, nada menos que todas las líneas que unen Madrid con Levante, Badajoz y Andalucía más las líneas transversales, hizo que la estación fuera aumentando sus instalaciones y, de este modo, se creara una fonda que permitiera atender al incesante trasiego de viajeros.
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La reina Isabel II, en cuyo reinado nació el ferrocarril en la España peninsular, fue la primera gran visitante de la estación alcazareña en mayo de 1858. De todos modos, la primera gran noticia que existen en los anales de esta fonda, que desgraciadamente hoy se encuentra clausurada aunque ya hablaremos del tema más adelante, es la visita, en 1873, del rey Amadeo de Saboya cuando tuvo que volver a Italia tras su efímero reinado. También hay noticias de las visitas de Alfonso XII, el monarca que dio el título de ciudad a Alcázar de San Juan. También visitó la estación la reina regente María Cristina de Habsburgo-Lorena,  viuda del mencionado Alfonso XII y madre del futuro rey Alfonso XIII.
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Fuente: Gaceta de Madrid, 13 de abril de 1877
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A finales del siglo XIX la compañía MZA (Madrid a Zaragoza y Alicante), propietaria de la estación de Alcázar de San Juan, disponía de fondas repartidas por toda su red ferroviaria: Sevilla, Córdoba, Espeluy, Baeza, Almorchón, Mérida, Badajoz, Zafra, Murcia, Zaragoza, Casetas, Aranjuez, Madrid Atocha, Ciudad Real y Alcázar de San Juan eran algunos de estos ejemplos. Todas estas estaciones eran, como el lector habrá podido comprobar, importantes nudos de comunicación de la red ferroviaria. En aquel momento las fondas estaban en régimen de arrendamiento y cada arrendatario pagaba una cantidad anual que era calculada por agentes de la empresa ferroviaria en función del tráfico de cada estación. En el caso de la de Alcázar de San Juan, su arrendatario debía pagar 3.500 pesetas al año. Era la segunda por facturación tras la de Córdoba.
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Fuente: La Vanguardia, 26 de mayo de 1900. Página 4

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Como habrá visto el lector al principio de esta entrada, la fonda de Alcázar de San Juan ofreció un menú especial, cuyo precio ascendía a 1,5 pesetas, con motivo del eclipse total de sol que tuvo lugar el lunes 28 de mayo de 1900. Fueron muchos los que cogieron el tren en Madrid y se acercaron a Alcázar de San Juan para presenciar este fenómeno extraordinario. Por tal motivo, la fonda no quiso quedarse atrás y diseñó un menú compuesto de sopa, un frito, merluza en salsa, pollo a la valenciana con arroz, pan vino y postre.

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Fuente: La Vanguardia, 21 de marzo de 1904

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El siglo XX empezó también con visitas de personajes ilustres de la política española. Tales fueron los casos de Nicolás Salmerón, Melquiades Álvarez, que para llegar a Alcázar de San Juan usó el «mixto de Valencia» y José Canalejas. A lo largo de la nueva centuria personajes célebres, y no solo de la política, visitaron la fonda: Juanito Valderrama, Sara Montiel, Mario Moreno «Cantinflas», etc…
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Fuente: La Vanguardia, 2 de diciembre de 1903

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La fonda de la estación de Alcázar de San Juan también fue escenario de bodas. Así tuvo lugar el 28 de febrero de 1906. Según cuentan las crónicas de la época, la celebración fue un gran acontecimiento social y el paseo de la estación fue un hervidero de gente que iba y venía a la fonda. Precisamente hay que subrayar el auge que esta arteria urbana, con sus múltiples establecimientos hoteleros y restaurantes, tuvo durante la época dorada de la estación. La construcción del paso inferior de la estación, que comunica el edificio del paseo con el andén central y que data de la tercera década del siglo pasado, repercutió positivamente en el acceso a la fonda.
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Mosaicos de la antigua fonda de Alcázar de San Juan

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La fonda de Alcázar de San Juan no se entiende sin sus famosos azulejos, que podéis ver en la foto anterior, que narran la historia del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha. Esta colección de azulejos fueron instalados en la fonda en los años 20 del pasado siglo y proceden del taller trianero de Mensaque Rodríguez. Estos azulejos estuvieron inspirados en las ilustraciones que José Jiménez de Aranda realizó con motivo del III centenario de la edición de la primera parte del Quijote en 1905. Esta colección de azulejos es el único recuerdo que nos queda de la antigua fonda.
 
Tras la Guerra Civil, la estación, y con ella la fonda, pasa a manos de RENFE. La fonda, que llegó a tener 33 empleados en nómina y que estaba abierta las 24 horas del día, no solo se limitó al local que podemos ver en la estación. La venta de productos a los viajeros también se realizaba en el propio andén. Para tal fin se crearon unos carrillos, que disponían de una cesta de mimbre, en los que el vendedor llevaba bocadillos, tortas de Alcázar, chocolatinas, bebidas como la gaseosa local La Prosperidad etc…
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Los recuerdos en torno a la fonda son infinitos, algunos de ellos dignos de aparecer en novelas. Los testimonios no solo hablan de los trenes regulares sino también de los extraordinarios como los que transportaban trabajadores para la vendimia en Francia, aficionados que iban a ver un partido de fútbol, militares de maniobras, peregrinos  y enfermos que iban a Lourdes, etc… La fonda también se ocupaba de suministrar víveres, encargados lógicamente por RENFE, a los viajeros que iban en trenes con un retraso importante. 
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La fonda de Alcázar de San Juan, de la que desgraciadamente solo nos quedan recuerdos imborrables y los azulejos del Quijote, atesora miles de historias anónimas que darían para interminables libros de vivencias y recuerdos.
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Más información:
 
Tesela, número 72. Cuadernos Mínimos. Patronato Municipal de Cultura. Ayuntamiento de Alcázar de San Juan.
Publicado por Jorge Alfonso Guillén el el blog El Guardagujas.com

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Las eras en el lugar de don Quijote

trillando

La forma y el paisaje de Alcázar de San Juan, el lugar de don Quijote, han cambiado en estos cuatro siglos. Su morfología urbana ha evolucionado reflejando en ella los diferentes modelos socioeconómicos sucedidos a través de este tiempo. El plano urbano, el elemento más estable de la morfología, en su expansión, con nuevos trazados viarios y superficies ocupadas por otros usos del suelo, ha tapado superficies destinadas en lo antiguo a otros usos, como son las eras de trillar el cereal situadas en las afueras de Alcázar de San Juan.

Las del lugar de don Quijote y Sancho son descritas, como paisaje periurbano, cuando estos regresan a casa desde Barcelona con la intención de hacer un año de retiro pastoril. Después de pasar por El Toboso, en el último intento de ver desencantada a Dulcinea, siguen el camino que les lleva finalmente a su pueblo. Una cuesta en el camino, poco antes de llegar a él, les impide su visión, hasta que: “Con esto pensamientos y deseos subieron una cuesta arriba, desde la cual descubrieron su aldea […] Con esto bajaron de la cuesta y se fueron a su pueblo.” (Q2, 72)

Además de describirnos el accidente geográfico que impide desde el camino ver el pueblo, Cervantes lo aprovecha para invitarnos a que desde allí contemplemos la imagen completa del lugar de don Quijote, mientras leemos como Sancho, hincado de rodillas, se alegra ya de llegar “si no muy rico, muy bien azotado”. Y es aquí, entrando al pueblo, cuando Cervantes nos regala otra imagen, otra estampa singular del paisaje urbano del lugar de don Quijote: las eras empedradas donde sus vecinos trillaban el “pan”.

Estas eras están en la entrada del pueblo y unos muchachos riñen en ellas. Entre las eras y las primeras casas, en un “pradecillo”, están rezando el cura y Sansón Carrasco. Otros muchachos aprovechan la cercanía a sus casas para estar también en aquel paraje:

“A la entrada del cual, según dice CideHamete, vio don Quijote que en las eras del lugar estaban riñendo dos mochachos […], pasaron adelante, y a la entrada del pueblo toparon en un pradecillo rezando al cura y al bachiller Carrasco […] finalmente, rodeados de mochachos y acompañados del cura y del bachiller, entraron en el pueblo, y se fueron a casa de don Quijote.” (Q2, 73)

La mayoría de las eras con las que contaba Alcázar de San Juan se concentraban en la parte noreste de la villa, entre los caminos de Quero, La Puebla y El Toboso,  junto a sus límites urbanos.

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En el primer Libro de Actas y Acuerdos de Alcázar de San Juan (1599-1609), que se conserva en el Archivo Histórico Municipal, encontramos varios pleitos que mantuvo el concejo con el gobernador del priorato de San Juan, que residía en esta misma villa. Uno de ellos fue por la titularidad y uso de estas eras situadas en el “pradillo”, en el que sus alcaldes y regidores defendían a los vecinos propietarios de estas antiguas eras del lugar:

“En la villa de Alcazar en diez y siete días del mes de febrero de mil seiscientos años estando en la torre del ayuntamiento de esta dicha villa los alcaldes y regidores que abajo firmaron sus nombres para tratar y conferir cosas tocantes del bien público de la dicha villa acordaron que por cuanto el gobernador [de los] dichos priorazgos procede contra los vecinos desta villa que tienen eras en el pradillo […]se lleven los papeles que les pareciere en su provecho para que el dicho gobernador se satisfaga de como las dichas eras son de los vecinos que las poseen […]”

Estas “eras en el pradillo” se conservaron con este topónimo aún muchos años después. En el Libro Seglar, también conservado en el Archivo Histórico Municipal, origen de las respuestas enviadas en 1752 al Catastro mandado hacer por el Marqués de la Ensenada, el agricultor Felipe Díaz Carrascosa, vecino de esta villa, dice tener “una hera pan trillar en las del pradillo contiguo a esta población”.

folio 818

En estas eras “del pradillo”, como se conocían entre los vecinos de Alcázar, al estar junto a un pradillo a la sombra de las últimas casas de la población, Cervantes enmarca esta escena. En ella dibuja fielmente el paisaje periurbano de la villa, desde el camino de El Toboso, y, además, utiliza el mismo topónimo conocido por los vecinos para este espacio: “un pradecillo”. Las eras del “pradillo” o “pradecillo”, en la entrada a Alcázar por este camino, es otra imagen más del paisaje de Alcázar de San Juan en el Quijote.

Hoy estas eras y el “pradecillo” han desaparecido, perdiéndose esta referencia geográfica de Alcázar. Con la ayuda de los documentos y la cartografía histórica disponible es posible situar este paraje descrito por Cervantes en el plano actual de Alcázar.

La actividad que los vecinos ejercen en su lugar moldea su estructura configurando su imagen, especialmente el plano. Cuando hay un cambio significativo en el número de vecinos y sus actividades, el plano del lugar, y por lo tanto su imagen, también cambia, amoldándose a las necesidades de sus vecinos. Esta función urbana del lugar cambia su morfología, adaptando incluso su forma a las nuevas exigencias sociales, económicas o culturales. Este cambio de vida socioeconómica ocurrió especialmente en Alcázar de San Juan a finales del siglo XIX con la llegada del ferrocarril, que uniría Madrid con el Levante y Andalucía, convirtiendo la estación de Alcázar de San Juan en uno de los nudos ferroviarios más importantes de España, cambiando la función urbana de una ciudad, antes mayoritariamente agrícola y de oficios, a otra distinta con centenares de empleados ferroviarios. El ferrocarril cambió sustancialmente los parámetros básicos de su configuración urbana: superficie, perímetro, longitud de los ejes y radios de su forma. Por tanto cambió su aspecto externo y su paisaje.

El mapa más antiguo que se conoce de Alcázar de San Juan es el dibujado en 1840, conservado en el Centro Geográfico del Ejército.

mapa 1840

Esta imagen urbana, de poco antes de mitad del siglo XIX, aún no tiene la huella del ferrocarril en ella. Don Manuel Rubio Herguido, en la revista Guía de septiembre de 1966, describe como “El día 1º de abril de 1852 un pregonero recorre las calles de Alcázar anunciando a los vecinos que aquel que quisiera trabajar en las obras de la red se presentara en el camino que salía de la calle de las Huertas”. Ante una multitud de personas, don José de Salamanca, promotor de la línea,  marcó el lugar donde se construiría la estación. El 21 de mayo de 1854 llegaba a los andenes de la nueva estación el primer tren procedente de Madrid. En marzo de 1855 se inauguraba el tramo de Alcázar-Albacete y 1860 el tramo Alcázar Manzanares. La imagen de la ciudad ya no tendría nada que ver con la que se podía contemplar en 1840, especialmente en su parte norte por donde se trazaron las vías, la estación y sus andenes, el depósito de máquinas, los talleres de material móvil y remolcado, etc.

El siguiente mapa conocido de Alcázar de San Juan es el realizado en 1884 por el Instituto Geográfico y Estadístico, siendo parte del primer Mapa Topográfico Nacional (MTN). En él ya se aprecia el nuevo desarrollo urbano de Alcázar debido al ferrocarril.

detalles de mapas

En 1857 el censo de Alcázar de San Juan era de 7.942 personas (INE). Número de personas muy aproximado al que tenía Alcázar de San Juan cuando Cervantes escribía el Quijote, “dos mil vecinos”. “Vecino” se consideraba al sujeto que pagaba impuestos, por lo que quedaban fuera de este número las mujeres, niños, clero, religiosos, hidalgos y todo aquel que estuviese exento de pagarlos. Expertos en estadística e historia han llegado a la conclusión que para conocer el número aproximado de personas que habitaban un lugar, el número de “vecinos” habría que multiplicarlo por 4 o por 5, estando muy consensuado multiplicar por 4,5. Así, la villa de Alcázar, de “dos mil vecinos”, tendría entre 8.000 y 10.000 habitantes en 1600.

En 1530 el número de habitantes era mucho mayor. Según los libros de alcabalas tenía 3.696 “vecinos pecheros”, unos 16.600 habitantes. Es en esta época cuando los bordes urbanos de la villa fueron los mayores conocidos.

En 1575, en las Relaciones Topográficas mandadas hacer por Felipe II, se solicitaba a los pueblos que respondieran a “Las casas y vecinos que al presente en el dicho pueblo hubiese, y si ha tenido más o menos antes de ahora, y la causa por que se haya disminuido”. Las respuestas de Alcázar, aunque fueron hechas y enviadas al secretario del rey, están perdidas. Pero sí disponemos de las respuestas de pueblos vecinos sobre los nombres de los lugares más próximos a ellos y el número de vecinos. Campo de Criptana dice que “[…] Alcázar, como al poniente, de más de dos mil vecinos […]” y Villafranca de los Caballeros que “[…] la villa de Alcázar tendrá de vecindad dos mil y quinientos vecinos […]”, unos 11.250 habitantes. Poco después, en el censo de vecinos realizado en 1594 en Alcázar de San Juan aparecen registrados 2.057 “vecinos”, de nuevo unos 9.250 habitantes. El descenso demográfico durante la segunda mitad del siglo XVI, en general en toda España, fue debido a las guerras mantenidas por la monarquía hispánica, las epidemias, enfermedades y sequías que asolaron toda España, además de la escasa natalidad y alta mortalidad de recién nacidos y mujeres en la gestación y en el parto. Crisis demográfica que seguirá durante los primeros años del siglo XVII acrecentada por la expulsión de la población morisca entre 1609 y 1613, de la que Cervantes en su segundo Quijote no pasa de largo. De los 2.057 “vecinos” en 1594 (unos 9.250 habitantes), Alcázar pasaría a 1.481 “vecinos de todas clases” (unos 6.665 habitantes) en 1646 y a 1.134 “vecinos” (unos 5.100 habitantes) en 1694. En cien años Alcázar de San Juan casi perdió la mitad de sus habitantes, aunque sus límites urbanos seguían siendo los mismos.

Durante el siglo XVIII comenzó a recuperarse, declarando en 1752, al Catastro de Ensenada, de nuevo “dos mil vecinos” (unos 9.000 habitantes), el mismo número que contaba en 1600. La población se estabilizó durante los siguientes cien años y las ocupaciones de sus vecinos seguían siendo las mismas. Su plano urbano seguía siendo el mismo.

Los Censos realizados por el INE en 1857 y en 1860 contabilizan el número real de personas que habitan en los pueblos y ciudades españolas. Respectivamente en Alcázar de San Juan reflejan 7.942 y 8.179 habitantes, apreciándose claramente como la construcción del ferrocarril hace que en solo tres años el número de habitantes creciese en 237 personas, un 3%. Llegando a 11.292 habitantes en el año 1900.

Por tanto, se puede afirmar que el mapa de Alcázar de San Juan realizado en 1840 refleja la misma función urbana que la villa mantenía en 1600. El trazado de sus calles y los límites urbanos son los mismos que los vecinos coetáneos de Cervantes, y el mismo Cervantes, pudieron ver. Es a partir de la segunda parte del siglo XIX, con la construcción del ferrocarril, cuando comienza un nuevo desarrollo urbano que ha llegado hasta nuestros días.

La villa de Alcázar de San Juan que refleja este primer mapa la he dibujado en negro sobre el mapa actual del Sistema de Información Geográfica de Parcelas Agrícolas (SigPac). Así era el lugar de don Quijote en 1600:

mapa de lacazar en sigpac

Los parajes de las eras en Alcázar de San Juan, aparte de las que algunos agricultores tenían cerca de sus propias tierras y quinterías a lo largo del término municipal, que están relacionadas en el Libro Seglar son: camino de San Sebastián, camino de la Cruz Verde, camino de las canteras, portada de la Cruz, camino de Herencia, camino del Campo [de Criptana], del Pozo Nuevo y del Pradillo. Siendo en estos dos últimos parajes donde se concentraban la mayoría de ellas.

detalle de caminos y eras en mapa 1840

En el mapa de 1840, entre los caminos de Quero y La Puebla de Almoradiel, están dibujadas las eras del Pozo Nuevo, y entre el camino de La Puebla de Almoradiel y Miguel Esteban, inicio común del camino a El Toboso, están dibujadas las eras situadas en el paraje del Pradillo, las más cercanas junto a las casas y las más alejadas a “un tiro de bala” de ellas.

eras en mapa real sigpac

imagen edificios castelar

calle del horno

“Y a la entrada del pueblo toparon en un pradecillo rezando al cura y al bachiller Carrasco”. Esta fotografía de los edificios que hoy se encuentran sobre las antiguas eras del Pradillo está tomada desde la Calle Horno, entrada del antiguo camino de El Toboso a la villa de Alcázar de San Juan, por la puerta de Villajos. En este mismo lugar imagina Cervantes esta escena de la entrada de don Quijote y Sancho Panza a su pueblo.

Cervantes podría haber omitido la imagen de las eras y del “pradecillo” donde estaban el cura y el bachiller rezando a la entrada del pueblo y la historia del ingenioso hidalgo manchego habría sido la misma. Sin embargo, aprovecha esta imagen real de las afueras del lugar de don Quijote desde el camino a El Toboso como recurso literario para ilustrar la llegada a casa del valiente don Quijote, haciendo así creíble su historia.  Imagen real como recurso literario en su cuento de ficción, así es de sencilla la geografía del Quijote.

Alcázar, y sus vecinos, es retratada por Cervantes en el Quijote. Sus eras en Pradillo a la entrada por el camino de El Toboso, vecinos con cañas de pescar en sus ríos, galgos con los que llevar una socorrida libre a casa, una fuente en la plaza que la sequía la deja sin gota de agua, una picota de justicia destruida por un rayo, soldados regalándose por sus calles, el arroyo Mina donde Sanchica lavaba ropa junto al camino de Murcia, sus montes públicos repletos de bellotas, maestros de primeras letras, hidalgos y caballeros, predicadores por cuaresma, médicos y letrados, agricultores y pastores, carniceros y herreros. Paisaje y paisanaje del lugar de don Quijote dibujado con palabras por Cervantes.

Hoy es casi imposible contemplar la imagen de la trilla del cereal, no solo en Alcázar y en la Mancha sino en toda España. Modernas cosechadoras atraviesan cada verano España de sur a norte, segando y separando el grano de la paja a velocidades impensables hace medio siglo.

familia trilla

En la imagen de esta fotografía se ve la labor de trillar el trigo en el Corazón de la Mancha. En la era empedrada se extendían los haces recién segados. La trilla de madera de encina o álamo negro, con sus pedernales bien ajustados, pasaba una y otra vez cortando la paja y deshaciendo los granos de la espiga. El agricultor guiaba el tiro de mulas bajo el soberano sol manchego del mes de julio. A veces, era también el momento para que los muchachos disfrutasen del final de la jornada sentados también sobre la trilla, un poco más de peso venía bien para acelerar el proceso si la mies era abundante. Como este, en el que mi madre con mis tres hermanos mayores pasaba la tarde sobre la trilla de su tío Miguel, en la era de la Huerta del Mamello. Cuando mi madre me enseñaba esta fotografía me decía que yo también iba ese día en la trilla con ella, dentro de ella.

                                                                             Luis Miguel Román Alhambra   

 

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El médico de don Quijote

leccion de anatomía, Rembrand

Cuando Cervantes escribía el Quijote, la mortalidad en España ha sido  considerada como catastrófica. Además de los fallecidos en las guerras, por causas naturales y en el parto, la población española estaba sufriendo epidemias de enfermedades infecciosas, como la peste, el tifus o la difteria, agravadas por las malas condiciones alimenticias e higiénicas en la población más humilde, siendo las causas de una altísima mortalidad entre la población. Algunas enfermedades no eran bien conocidas, especialmente las que afectaban a los niños, siendo estudiadas por los médicos más importantes del momento, publicándose libros sobre el conocimiento y la forma de tratarlas.  Los aspirantes a médicos debían formarse como bachilleres, cursar cuatro años de Medicina y tras dos años de prácticas y superar un examen teórico y práctico podían ejercer su profesión. Aunque las villas les asignaban las mejores casas o una cierta cantidad para sus costas, los servicios que prestaban tenían que ser pagados por los propios enfermos, lo que impedía su presencia en aldeas o villas muy pequeñas.

Una de las causas frecuentes de muerte se producía durante la gestación y en el parto, tanto del niño como de la madre. Esta causa no era ajena a los niveles más altos de aquella sociedad, donde asistían los mejores médicos, como podemos ver en la causa de la muerte de las dos primeras mujeres del rey Felipe II. María de Portugal muere a los pocos días de haber dado a luz al príncipe Carlos y su segunda mujer, Isabel de Valois, al sufrir un aborto a los cinco meses de gestación. En el Quijote, Cervantes refleja también el entorno sanitario español, y en especial este problema sanitario. Cuando el cabrero está contando a don Quijote la historia de Marcela dice que su padre “el cual se llamaba Guillermo, y al cual dio Dios, amén de las muchas y grandes riquezas, una hija, de cuyo parto murió su madre, que fue la más honrada mujer que hubo en estos contornos…” (Q1, 12). Aquí relata la muerte de de la madre de Marcela durante el parto y en el segundo Quijote, el labrador de Miguel Turra dice ser viudo “porque se murió mi mujer, o, por decir, me la mató un mal médico, que la purgó estando preñada”, (Q2, 47).

Llamar al médico no era frecuente en las casas humildes, la gran mayoría, y solo se hacía en extrema necesidad, cuando los ungüentos y pócimas caseras no tenían el efecto deseado. Estos remedios eran muy conocidos y utilizados. Cervantes los conocía y los utiliza en la historia del ingenioso hidalgo manchego. Don Quijote llega a casa molido a palos y casi sin poder moverse, después de su primera salida que lo llevó a la venta. En lugar de pedir que llamasen al médico, les dice a su ama y sobrina “… que vengo mal ferido por culpa de mi caballo. Llévenme a mi lecho, y llámese, si fuere posible, a la sabia Urganda, que cure y cate mis feridas”. ¡Por culpa del tropiezo de Rocinante y de los muchos palos que recibió ya en el suelo a manos de uno de los mozos de mulas de los mercaderes toledanos! Son el ama y su sobrina, el cura y el barbero, quienes lo examinan en la cama y al no verle heridas simplemente lo dejaron descansar. Seguro que de haber tenido alguna, quizás habrían aplicado sobre ella algún ungüento casero, como el que le aplicó uno de los cabreros a la oreja de don Quijote, con quienes pasó la noche después de que el vizcaíno le cortase la mitad de la oreja en las cercanías de Puerto Lápice:

“[…] y viendo uno de los cabreros la herida, le dijo que no tuviese pena, que él pondría remedio con que fácilmente se sanase. Y tomando algunas hojas de romero, de mucho que por allí había, las mascó y las mezcló con un poco de sal, y aplicándoselas a la oreja, se la vendó muy bien, asegurándole que no había menester otra medicina, y así fue la verdad.” (Q1, 11).

La pomada que el cabrero hace en su boca, masticando un poco de romero, tiene las  propiedades antisépticas de la planta y de la saliva, que mezclada con un poco de sal ayudaría a cicatrizar la herida de la oreja de don Quijote. Antes había sido el propio Sancho Panza quien viendo la “mucha sangre de esa oreja” hizo la primera cura con unas “hilas y un poco de ungüento blanco” que llevaba en las alforjas.

Pero el bálsamo más famoso de todos es el cervantino bálsamo de Fierabrás “del quien tengo la receta en la memoria, con lo cual no hay que tener temor a la muerte, ni pensar morir de ferida alguna”, decía don Quijote. Simplemente se componía de aceite, vino, sal y romero. Componentes naturales con resultados sobrenaturales, solo para don Quijote. Un bálsamo que “con solo una gota se ahorraran tiempo y medicinas”, aunque luego en la venta de Sierra Morena no sentó igual de bien a amo como a escudero.

el medico toma el pulso

El lugar de don Quijote contaba con al menos un médico. A él recurren cuando don Quijote “cayó malo” después de llegar a su casa desde Barcelona, donde había sido derrotado en su playa por Sansón Carrasco disfrazado del Caballero de la Blanca Luna. No tenía heridas ni fracturas, pero la fiebre durante varios días no indicaba nada bueno que una pócima o bálsamo pudiese curar:

“[…] porque o ya fuese de la melancolía que le causaba el verse vencido o ya por la disposición del Cielo, que así lo ordenaba, se le arraigó una calentura que le tuvo seis días en la cama […] Llamaron sus amigos al médico: tomóle el pulso y no le contentó mucho, y dijo que, por sí o por no, atendiese a la salud de su alma, porque la del cuerpo corría peligro. Oyólo don Quijote con ánimo sosegado, pero no lo oyeron así su ama, su sobrina y su escudero, los cuales comenzaron a llorar tiernamente, como si ya le tuvieran muerto delante. Fue el parecer del médico que melancolías y desabrimientos le acababan” (Q2, 74)

Alcázar de San Juan, el lugar de don Quijote, la villa con más habitantes de la comarca cervantina cuando Cervantes estaba escribiendo su primer Quijote, unos 9.000 habitantes, contaba con el servicio de varios médicos. En 1601, ante las nuevas enfermedades que estaban padeciendo sus vecinos sus alcaldes y regidores se reúnen en la torre del ayuntamiento para “prover y praticar las cosas tocantes y convenientes al bien publico” y “[…] dixeron que atento que esta villa es de mucha vecindad y que puesto ay algunas enfermedades no conocidas de cuya causa los médicos que las curan no las conocen [acuerdan] traer un médico de fama y asista en esta villa para curar las dichas enfermedades” (AHMASJ). En el acta nombran a cuatro comisarios, entre los alcaldes y regidores, para que hicieran las diligencias oportunas para traer a dicho “médico de fama” y tratar su salario. Al margen del folio 81 se puede leer: “Para buscar medico”.

acta de acuerdo

Médicos, cirujanos, barberos, matronas y boticarios estaban al cuidado de la salud del cuerpo de los alcazareños a principios del siglo XVII, uno de estos médicos, quizá el de mayor “fama”, fue el que con solo tomarle el pulso a don Quijote barruntó su muerte. Como en el aspecto geográfico, también en el sanitario la novela se ajusta a la realidad que se vivía en Alcázar de San Juan a principios del siglo XVII.

Hoy, cuatro siglos después, hay que destacar el interés de aquellos alcaldes y regidores alcazareños por el “bien público” de sus vecinos, al entender conveniente que en una villa con tanta vecindad le asistiese un nuevo médico con mayor formación y experiencia en nuevas enfermedades. Hoy esta comarca cervantina está padeciendo especialmente la pandemia del Covid-19, y, nuevamente, los mejores médicos y sanitarios que componen el Hospital Mancha Centro de Alcázar de San Juan han luchado con verdadero espíritu quijotesco, ¡con la locura más cuerda jamás vista!, contra esta “enfermedad no conocida de cuya causa los médicos que las curan no la conocen”. Son nuestros grandes “sanitarios de fama” del lugar de don Quijote, reconocidos con el Premio Princesa de Asturias de la Concordia 2020 junto con el resto de sanitarios españoles. La Fundación, que recibe las candidaturas y elige a los premiados, justifica su decisión por el “[…] espíritu de sacrificio personal sobresaliente a favor de la salud pública y del bienestar del conjunto de la sociedad, se han convertido ya en un símbolo de la lucha contra la mayor pandemia global que ha asolado a la humanidad en el último siglo […]  expuestos a una alta y agresiva carga viral, su entrega incondicional, haciendo frente a las largas jornadas de trabajo sin contar, en ocasiones, con el equipamiento y los medios materiales adecuados, según quejas de organizaciones profesionales y sindicales del sector, representa un ejercicio de vocación de servicio y ejemplaridad ciudadana”. Nos han cuidado y curado sabiendo que sus vidas y la de sus familias corrían peligro, aún sin contar con las armas adecuadas, ¿no es esto el espíritu de don Quijote?

¡No es locura lo que han demostrado nuestros sanitarios, sino la más sana cordura que una persona puede tener!

¿No es más loco quien sabiendo que el virus es muy letal no toma las medidas políticas sociales y sanitarias para prevenirlo y combatirlo lo antes posible?

¿No es más loco quien sabiendo que los hospitales y sus sanitarios no cuentan con los recursos necesarios para esta pandemia no los compran a tiempo?

¿No es más loco quien toma la decisión de no llevar a nuestros mayores a los hospitales?

¿No es más loco quien falta a la verdad al ocultar la verdadera dimensión de fallecidos, solo por interés político?

¡Líbranos Señor de todos estos locos que creen estar tan cuerdos!

                                                                             Luis Miguel Román Alhambra

 

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Pablo Conde celebra el aniversario de «La Epidemia» con tres nuevas selecciones

Rodaje La Epidemia despacho

El cineasta Pablo Conde durante el rodaje del corto “La Epidemia” junto al actor Mariano Venancio (FOTO: Marcos M. Redondo)

El cortometraje “La Epidemia” del cineasta alcazareño Pablo Conde cumple esta semana un año desde su estreno en cines y este aniversario ha coincidido con buenas noticias para este proyecto. “La Epidemia” ha sido seleccionado en una de las secciones del Festival Internacional de Cine de Huesca, uno de los certámenes cinematográficos más prestigiosos y longevos de nuestro país. El corto de Pablo Conde ha conseguido, además, selecciones en otros dos festivales: el Decortoán de Jaén y el Luna de Cortos en León.

Este corto nos ha dado muchas alegrías desde que comenzó su distribución y es emocionante ver que continúa teniendo tan buena acogida”, señala Pablo Conde que, recientemente, fue también seleccionado en la XI Edición del Festival de Cine Español Emergente FECICAM. “La Epidemia”, además, ha tenido mucha repercusión en los últimos meses debido a la situación provocada por el coronavirus. El corto de Pablo Conde cuenta la historia de un periodista que descubre cómo se ha incrementado la mortalidad de un virus entre los mayores. “Rodé el corto un año antes de esta pandemia. Nunca pensé que, por desgracia, íbamos a vivir una situación tan parecida”, confiesa el cineasta alcazareño.

De momento, “La Epidemia” solo puede verse en festivales de cine pero, con motivo de su primer aniversario, la semana que viene se podrá ver en Internet por un tiempo limitado. En enlace se publicará el lunes 15 de junio y para poder verlo online hay que seguir la página: facebook.com/PabloCondeFB. “Tengo muchas ganas de que la gente vea el corto. Sacar adelante un proyecto así es complicado, pero merece la pena cuando llega al público”, señala Pablo Conde, quien además va a entrevistar próximamente a Canco Rodríguez, actor protagonista del corto, en “Sesión Doble”, un programa sobre cine que ha puesto en marcha en Youtube y que también se puede ver online a través de sus redes sociales.

Ochenta y Medio

ochenta y medio

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Tres cortometrajes alcazareños han sido seleccionados en el festival de cine español emergente (FECICAM)

cortos alcázar

Este año, el festival de cine español emergente FECICAM contará con la participación de tres producciones a cargo de directores de Alcázar de San Juan. “Sancho”, de Hugo de la Riva, “El primer día”, de David Barco y “La epidemia”, de Pablo Conde; han sido seleccionados por el festival de Ciudad Real para optar al premio mejor cortometraje dentro de la Sección Oficial (CLM). Las tres obras han destacado entre los 26 cortometrajes participantes en esta sección, que se suman a las 245 recibidas desde 36 países distintos, demostrando la buena salud del festival a nivel nacional e internacional. La última fase se celebrará en una fecha aún por determinar del próximo octubre, momento en el que sabremos si el célebre praxinoscopio que se otorga a los premiados llega a la localidad.

Pablo Conde es licenciado en Periodismo y diplomado en Guión y Medios Audiovisuales. Actualmente, trabaja como editor en Antena 3 Noticias. Ha realizado videoclips, spots publicitarios y cortos documentales. Además, ha escrito y dirigido 10 cortos de producción propia. “Supreme” o “La Epidemia”, han sido premiados y seleccionados en festivales de cine tanto nacionales como internacionales.

Hugo de la Riva, técnico Superior en Imagen, ha escrito y dirigido numerosos cortometrajes de producción propia con los que ha obtenido premios y reconocimientos nacionales e internacionales. En total, más de 25 premios y 60 selecciones oficiales, entre los que destacan «Tarde de pesca» con Miguel Rellán, «Campeón» o «Blondi, el perro de Hitler». “Sancho”, su último cortometraje, ya ha obtenido éxito entre el público, contado con más de 150 selecciones y ganado más de 50 premios, como el de mejor cortometraje en Washington (EEUU).

David Barco, realizador y guionista, licenciado en Comunicación Audiovisual, debutó en 2012 con el cortometraje: “Un Marido Ejemplar”, protagonizada por Isabelle Stoffel. Tras colaborar en varios cortometrajes, volvió a la dirección en 2014, con “Flesh”. “El primer día” continua su andadura por festivales nacionales e internacionales, cosechando éxitos como mejor cortometraje regional en Corto Cortismo 2019 y siendo seleccionado en festivales tan prestigiosos como el Queens World Film Festival de Nueva York.

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