En el capítulo Presentación de Las aventuras de don Quijote en Sierra Morena (2017), hacía esta consideración:
“Filósofos, geógrafos, astrónomos, físicos, médicos, psicólogos, psiquiatras, historiadores, botánicos, filólogos, teólogos, músicos, economistas, jueces, abogados, fiscales, etc. reconocen en el autor del Quijote amplios conocimientos. Sin embargo, hasta hoy, no tenemos de Cervantes rastro evidente de su paso por alguna universidad. ¿Es tan complejo y erudito el Quijote como tantos han afirmado? ¿Contempla tantas disciplinas en grado tan alto de conocimiento? Mi respuesta a estas dos interrogantes es rotundamente, no”.
Por tanto, mi respuesta es válida también para esta pregunta específica: ¿Era Cervantes un geógrafo, cosmógrafo o cartógrafo en su tiempo? Aunque hay autores que mantienen todo lo contrario y aseguran que sólo un gran experto en geografía pudo escribir el Quijote.

Aunque Cervantes no fuese un geógrafo no se le puede achacar falta de conocimientos de geografía física y humana. Nombra en el Quijote, además de ríos, valles y montañas, multitud de lugares, comarcas, reinos, regiones, países y continentes. Así, de España encontramos los nombres de: La Mancha, Béjar, Bañares, Puebla de Alcozer, Capilla, Curiel, Burguillos, Madrid, El Toboso, Puerto Lápice, Quintanar, Tembleque, Roncesvalles, Sevilla, Sanlúcar, Málaga, Segovia, Valencia, Granada, Córdoba, Toledo, Antequera, Murcia, Guadarrama, Arévalo, Alcobendas, Baeza, Villadiego, Piedrahíta, Alcalá, Úbeda, Valladolid, Osuna, Alcarria, Extremadura, Vizcaya, Andalucía, Castilla, León, Aragón, Navarra, Asturias, Trujillo, Alicante, Guadalajara, Santa Cruz de Mudela, Aguilar, Mallorca, Gibraltar, Vélez Málaga, Jerez, Lanzarote, Salamanca, Barcelona, Zaragoza, Ciudad Real, Tronchón, Cabra, Majadahonda, Cuenca, Ruidera, Medina del Campo, Peralvillo, Jaca, Tirteafuera, Caracuel, Almodóvar del Campo, Miguelturra, La Herradura, Oviedo, Morón, Aranjuez, Marchena, Tordesillas, Zamora, etc. También podemos leer nombres de continentes, países y ciudades del mundo: Portugal, Inglaterra, Europa, Egipto, Guinea, Etiopía, Indias o Nueva España, Armenia, Italia, Alejandría, México, Perú, Gran Bretaña, París, Florencia, Nápoles, Génova, Milán, Flandes, Toscana, Venecia, Mesina, Argel, Orán, Fez, Tetuán, Lombardía, Roma, Ginebra, Borgoña, Basilea, Marruecos, Túnez, Grecia, Sicilia, Malta, Francia, Amberes, Chipre, Bolonia, Libia, Londres, etc.
De la Mancha establece los bordes del ámbito geográfico próximo donde vive don Quijote, su hábitat cercano, nombrando los lugares y la estrecha relación humana del hidalgo manchego con ellos: De Quintanar de la Orden es Juan Haldudo, el ganadero que maltrataba al joven Andrés, su pastor, y donde Sansón Carrasco compra los perros pastores Barcino y Butrón para regalárselos a don Quijote. A Tembleque va a segar Sancho desde su pueblo. Hacia Puerto Lápice, pequeño núcleo de casas de quintería con una venta de paso junto al camino real, van caballero y escudero después de la aventura con los molinos de viento, porque estaba seguro don Quijote de encontrar allí alguna aventura. Y de Argamasilla de Alba son los académicos legos que escriben epitafios y sonetos a la memoria de los protagonistas de la novela: Dulcinea, don Quijote, Sancho y Rocinante. Dentro de esta comarca cervantina se encuentra el lugar de don Quijote y el de Dulcinea, El Toboso, así como implícitamente Campo de Criptana y sus molinos de viento.
Además de Dulcinea, hay personajes unidos a su lugar de origen por el topónimo. El ventero, dueño de la venta donde don Quijote llega en su primera salida, y quien burlescamente lo nombra caballero, es “andaluz, y de los de la playa de Sanlúcar”. En esta misma venta se encontraban dos prostitutas siendo sus lugares de origen Toledo y Antequera. Maritornes, natural de Asturias, y el arriero con quien tenía ella concertada una cita “era uno de los ricos arrieros de Arévalo”. Alcobendas era el origen de Alonso López, quien en compañía de once sacerdotes llevaban un cuerpo muerto desde Baeza a Segovia. “De las montañas de León” es el Capitán Cautivo y el renegado que le ayudó a salir de Argel era natural de Murcia.
Pedro Recio, el doctor de la ínsula Barataria, es “natural de un lugar llamado Tirteafuera, que está entre Caracuel y Almodóvar del Campo”, y no muy lejos del lugar de Sancho es el labrador, “natural de Miguel Turra, un lugar que está dos leguas de Ciudad Real”, quien le pide una carta de recomendación para casar a su hijo. De Oviedo es doña Rodríguez y de Granada es don Alvaro Tarfe.
Hoy la gastronomía es global. En cualquier sitio podemos degustar productos y elaboraciones según las recetas originales creadas a miles de kilómetros. Muy distinto era en tiempos de la escritura del Quijote, cuando solo en los viajes se podía disfrutar de las comidas propias del lugar. En los pueblos y ciudades los vecinos podían disponer de productos que los arrieros transportaban de unas zonas a otras de España, por su escasez o calidad. Cervantes, viajero por gusto o necesidad, no duda en dejarnos su conocimiento gastronómico relacionando producto con procedencia, haciendo así más creíble la historia de su don Quijote.
En boca de algunos de sus personajes crea, sin ninguna intención, lo que hoy conocemos como las Denominaciones de Origen. En su estancia en el norte de África conoció frutos que, secándolos al sol, se conservan durante mucho tiempo, como los “higos pasos de un lugar que se llamaba Sargel, que está treinta leguas de Argel hacia la parte de Orán”. O por su paso por Francia le quedó el recuerdo de su forma de elaborar bien el pan: “Tan buen pan hacen aquí como en Francia”. Reconoce la calidad de “un garbanzo de los buenos de Martos” o “el queso de Tronchón” y antepone la sencillez en la comida castellana a los elaborados platos con “francolines de Milán, faisanes de Roma, ternera de Sorrento, perdices de Morón, o gansos de Lavajos”. Y no deja atrás su conocimiento de los caldos que deben acompañar las comidas, haciendo que Sancho reconozca el vino de su zona que le ofrece su vecino, el escudero del Caballero del Bosque: “Pero dígame, señor, por el siglo de lo que más quiere: ¿este vino es de Ciudad Real?”
El relato que el Capitán Cautivo hace de su viaje en la venta de Sierra Morena no deja de ser un itinerario detallado de viajes de la época. Decidido a seguir el empleo de las armas se despide de su padre y sus hermanos e inicia su marcha como soldado del ejército español, tal y como también pudo haberlo hecho el mismo Cervantes:
“[…] y abrazándonos y echándonos su bendición, el uno tomó el viaje de Salamanca, el otro de Sevilla, y yo el de Alicante, adonde tuve nuevas que había una nave ginovesa que cargaba allí lana para Génova […] Embárqueme en Alicante, llegué con próspero viaje a Génova, fui desde allí a Milán, donde me acomodé de armas y de algunas galas de soldado, de donde quise ir a asentar mi plaza al Piamonte; y estando ya de camino para Alejandría de la Palla, tuve nuevas que el gran duque de Alba pasaba a Flandes. Mudé propósito, fuime con él, servíle en las jornadas que hizo, hálleme en la muerte de los condes de Eguemón y de Hornos, alcancé a ser alférez de un famoso capitán de Guadalajara, llamado Diego de Urbina, y a cabo de algún tiempo que llegué a Flandes, se tuvo nuevas de la liga que la Santidad del Papa Pío Quinto, de felice recordación, había hecho con Venecia y con España, contra el enemigo común, que es el Turco […] Y quiso mi buena suerte que el señor don Juan de Austria acababa de llegar a Génova; que pasaba a Nápoles a juntarse con la armada de Venecia, como después lo hizo en Mencina.” (1, 39)
Si Cervantes no era geógrafo, ¿dónde y cómo pudo conocer tantos lugares para utilizarlos en el Quijote?
Es evidente que muchos de los lugares los pudo conocer personalmente en sus múltiples viajes que hizo por España. Otros de Francia, Italia, Alemania, Flandes y norte de África, los pudo conocer también en sus años en el ejército español y como cautivo en Argel. Sin embargo, los lugares nombrados, tanto en el Quijote como en las demás obras suyas, de América, resto de África y Asia, es imposible que los conociese pues no pisó esas tierras, al menos tampoco tenemos constancia. Por ejemplo, las del Nuevo Mundo explícitamente intentó obtener permiso de viaje y puesto de funcionario allí, que nunca se le concedió.
La respuesta a la pregunta anterior la podemos leer en la conversación que don Quijote tenía en casa con su ama:
“[…] y aunque todos seamos caballeros, va mucha diferencia de los unos a los otros; porque los cortesanos, sin salir de sus aposentos ni de los umbrales de la Corte, se pasean por todo el mundo mirando un mapa, sin costarles blanca ni padecer calor ni frío, hambre ni sed; pero nosotros los caballeros andantes verdaderos, al sol, al frío, al aire, a las inclemencias del cielo, de noche y de día, a pie y a caballo, medimos toda la tierra con nuestros mismos pies” (2, 6)
“Mirando un mapa”. Los lugares nombrados por Cervantes en sus obras, conocidos personalmente o no, se encuentran en los mapas. Sólo en ellos pudo ver su situación en España y en el mundo, sin haber estado jamás en ellos.
Un mapa es, como definición muy aceptada hoy, una representación gráfica de la Tierra, o de una parte de ella, en un modelo reducido y a escala, que establece una correspondencia matemática entre los distintos puntos de la superficie terrestre y los del plano. Hoy es extraordinariamente sencillo adquirir, contemplar o estudiar un mapa de cualquier espacio geográfico del mundo, y con una exactitud increíble. Esta visión del mundo es posible por los medios técnicos actuales, instalados a bordo de satélites artificiales, que ayudan a cartografiar desde el espacio cada rincón de nuestro planeta.
Pero Cervantes vivió principalmente en el siglo XVI, cuando la cartografía era un artículo escaso y al alcance de solo unos pocos.
Que Cervantes pudo tener en sus manos mapas de Europa y particularmente de España es más que posible. La amistad, o la relación, con personajes influyentes, dueños de bibliotecas donde se recogían los pocos mapas que existían, pudo ser donde los pudo apreciar y manejar. Además del trabajo como funcionario de la Corona, en la que tuvo que visitar e incluso hospedarse las casas de las personas más influyentes de los lugares encomendados, antes de alistarse en el ejército español, en 1570, estuvo de camarero en la casa del cardenal Giulio Acquaviva, en la ciudad de Roma, donde en su magnífica biblioteca pudo leer a los clásicos y tener entre sus manos los mapas que ya se imprimían en Italia, y principalmente en la ciudad flamenca de Amberes. Solo en las grandes bibliotecas privadas, como la del cardenal Acquaviva, pudo ver el Mundo como hasta en el siglo XVI se había conocido y dibujado en los mapas.
Antes de la aparición de la imprenta, en 1450, los mapas eran dibujados a mano con muy escasa divulgación. En el Renacimiento, la representación de la geografía se comienza a generalizar mediante la imprenta tipográfica y el uso de nuevas técnicas de grabado, llegando así a muchas más personas, aunque el producto seguía siendo muy caro y elitista. El interés por conocer, unido a las nuevas técnicas de impresión, hizo que apareciese un nuevo mercado de edición, impresión y venta de mapas sueltos, de mayor o menor formato, o encuadernados en un formato más manejable en forma de atlas.

Con el redescubrimiento y reimpresión de la Cosmographia de Ptolomeo, el descubrimiento de América y las sucesivas expediciones, se generó un interés especial en los monarcas por rodearse de los mejores geógrafos, cosmógrafos y cartógrafos, que dibujasen los nuevos mapas con sus posesiones. La Cosmographia de Ptolomeo, olvidada durante diez siglos, es sacada de nuevo a la luz por M. Crisolas (1350-1415). Traducida al latín por Jacobus de Scarperia, comenzó a copiarse manuscrita hasta mitad del siglo XV. Con la invención de la imprenta es publicada, sin mapas, en Venecia en 1475, y en Bolonia en 1477, ya con veintiséis mapas.
Los primeros mapas en los que se incluían las tierras del Nuevo Mundo aparecieron a comienzos del siglo XVI. El más antiguo es el realizado a mano sobre pergamino, en forma de carta de navegar o portulano, por Juan de la Cosa, en 1500 y dos años después aparece el planisferio conocido como mapa de Cantino.

Con el nombre de América, en honor al cosmógrafo Américo Vespucio, aparece en el mapamundi dibujado por Waldseemüller en su honor, grabado e impreso en 1507 en doce hojas, que unidas se obtiene un gran mapa de 2,40 m. por 1,35 m. Solo un año después, en 1508, en una nueva edición impresa de la Cosmographia de Ptolomeo, se incluye el nuevo mapa del Mundo realizado por Johannes Ruysh.
Algunos de los mapas realizados fueron ejemplares únicos y se mantenían en secreto, con la intención de aprovecharse de ellos en el campo político, militar o económico, y nunca llegaron a publicarse, quedando en poder exclusivamente de quienes los encargaban y pagaban. Incluso llegaba a prohibirse por ley la publicación o la transmisión de la información contenida en esos mapas, aun así, existía un contrabando de mapas muy bien pagado.
En España se crea en Sevilla, por los Reyes Católicos, la Casa y Tribunal de la Contratación en 1503. Además de la función de regular el comercio y la navegación con el Nuevo Mundo, tenía la responsabilidad explícita de dibujar las cartas y diseñar los instrumentos necesarios para la navegación segura. Se nombra un Piloto Mayor, con la función principal de recoger la información que todos los pilotos debían aportar a la vuelta de sus viajes, sobre nuevos accidentes geográficos vistos, medidas astronómicas de posición, desviaciones de la aguja magnética con respecto al norte geográfico, etc. y realizar las cartas náuticas oficiales.
El primer Piloto Mayor fue Américo Vespucio, quien recibió la orden de hacer el Padrón Real por el cual todos los pilotos se hayan de regir y gobernar. Vespucio también tenía la función de formar y examinar a los futuros pilotos en el uso de los instrumentos náuticos, determinar precisamente la posición de la nave y su rumbo, conocer e interpretar las tablas de mareas en las entradas y salidas de los puertos, y cómo llevar el diario de navegación y las anotaciones que debían aportar por escrito, al Piloto Mayor de la Casa de Contratación, a su vuelta a Sevilla.
Así, el siglo XVI fue especialmente fructífero en la nueva forma de ver el mundo a través de los mapas. Su imagen, y especialmente de la Península Ibérica, pudo contemplarla Cervantes en los mapas exentos, impresos sin formar parte de ningún libro de mapas, o en las colecciones y atlas de mapas que fueron surgiendo durante este siglo. Mapas anteriores, manuscritos dibujados incluso en finas pieles, como el de Juan de la Cosa, aunque existían, eran muy difícil de que pudiera haberlos visto, ya que eran propiedad de solo unos pocos.
Los mapas exentos, al haberse publicado muchos ejemplares en cada edición, y de cada cartógrafo, eran muy conocidos en por ciertas clases, especialmente por nobles y clérigos. Estos comenzaron a imprimirse y comercializarse en Italia, desde Venecia y Florencia, principalmente. El uso y la mala conservación de los ejemplares ha hecho de que hayan llegado muy pocos hasta nuestros días.

Uno de los mapas exentos más antiguos, grabado en plancha de cobre en 1544, es el dibujado por el cartógrafo italiano Giacomo Gastaldi, calificado como el mejor cartógrafo italiano del siglo XVI, con el título de La Spana. Un mapa conocido en España en la época de Cervantes. En la cartela podemos leer que el embajador de España en Venecia, Diego Hurtado de Mendoza, es una de las fuentes de información para el diseño del mapa.

En 1551, el fraile dominico Vicentius Corsulensis dibuja Nova Descriptio Hispaniae. Se graba y se estampa en Venecia. Este mapa, considerado como el que mejor representaba el perfil costero de la Península Ibérica, fue muy copiado o se convirtió en la base de otros muchos mapas posteriores. Aunque fue muy difundido en la mitad del siglo XVI, sólo se ha conservado un ejemplar original del mapa de Corsulensis, que forma parte de la colección encuadernada en un solo tomo propiedad de la familia genovesa Doria.

Pirro Ligorio también se basa en el mapa de Corsulensis para dibujar, en 1559, el mapa Nova totius Hispaniae descriptio, con una red de rumbos similar, y el Nova Descriptio Hispania, editándose en el Speculum Orbis Terrarum de Gerad de Jode en 1578.
Estos tres mapas, dibujados por Gastaldi, Corsulensis y Ligorio, tuvieron mucha difusión por España en la segunda mitad del siglo XVI, donde también se comienzan a agrupar mapas de diferentes autores, encuadernados plegados o pegados a una hoja mayor, según las dimensiones originales de la estampa, poniéndose todos juntos a la venta. Antonio Lafreri, con taller en Roma, es uno de los primeros editores que comercializan estos conjuntos de mapas encuadernados en un solo tomo, continuando con esta forma de editar mapas desde Italia los editores Camocio, Forlani y Tramezini.
El siglo XVI, también fue el comienzo de la cartografía matemática. De la misma manera que se producían avances en la técnica de grabado e impresión de mapas, en las universidades europeas se comenzaba a relacionar las matemáticas con la cartografía. Impulsor del método de triangulación, inventor y constructor de instrumentos astronómicos, fue el astrónomo y matemático Gemma Frisius (1508-1555), profesor en la Universidad de Lovaina, que reedita en 1547 el Libro de la Cosmographia de Pedro Apiano, incluyendo sus nuevas e importantes aportaciones.
La confección de un mapa requería cada vez más de las matemáticas y del uso de mejores instrumentos para hacer las observaciones astronómicas más precisas. El geógrafo no hacía personalmente in situ la observación astronómica para situar los lugares en el mapa, se basaban en datos aportados por terceros de las principales ciudades o lugares. Los demás lugares se situaban según apreciaciones de viajeros, exploradores o comerciantes conocedores de la zona según sus descripciones, más o menos acertadas. Conocedores de los conocimientos de Frisius, Gerad Mercator (1512-1594) y Abraham Ortelio (1527-1598), coetáneos a Cervantes, además de realizar mapas murales de grandes dimensiones, muy caros, enrollados o para ser pegados sobre una plancha de madera y ser colgados en las paredes de edificios privados, públicos y palacios, impulsaron desde sus talleres el gran conocimiento de la cartografía moderna mediante la publicación de los libros de mapas, los atlas como hoy los conocemos.
Concebir y realizar un atlas, además de la creación y dibujo del mapa por el geógrafo y cartógrafo, necesitaba de varios especialistas coordinados por el propio editor: tipógrafos para la formación de los textos que acompañan los mapas, grabadores capaces de llevar a una plancha de madera o metal el dibujo del cartógrafo, y encuadernadores que ensamblen todas las hojas de texto y estampas en un mismo libro. La difusión e interés de las obras de Mercator y Ortelio fue altísima, editándose multitud de ediciones traducidas a las lenguas más importantes de Europa, siendo así como llegó las imágenes del mundo y sus continentes, países y ciudades, ríos y montañas, a poder ser contempladas por quienes podían comprar uno de esos atlas y tenerlo en su biblioteca.
Es muy posible, como he comentado antes, que en la biblioteca de algún edificio público, o de personajes influyentes, pudo tener Cervantes entre sus manos uno de estos atlas, y así conocer, sin haber estado jamás en ellas, las principales ciudades y lugares del mundo conocido hasta entonces, que luego nombra en el Quijote y en el resto de sus obras.
El primer atlas moderno fue el Theatrum Orbis Terrarum, de Abraham Ortelio, publicado en el año 1570 en Amberes. Reconocido grabador de mapas, viaja por toda Europa con la intención de recopilar toda la información sobre mapas y conocimientos de los cartógrafos existentes. Coincide con Mercator en la Feria del Libro de Franfurt, en 1554, compartiendo desde entonces conocimientos y amistad. De su ciudad natal, Amberes, era también Cristóbal Plantino (1520-1589), uno de los mejores impresores del momento, donde tenía su taller y se imprimió la primera edición del Theatrum Orbis Terrarum, que tuvo ese mismo año que reimprimirse ante el éxito y la fuerte demanda obtenida. Hasta la última edición, en 1612, este libro de mapas se imprimió en treinta y cuatro ediciones: quince en latín, tres en neerlandés, cinco en alemán, cuatro en español, cuatro en francés, dos en italiano y una en inglés.
Todas las grandes bibliotecas europeas disponían al final del siglo XVI entre sus fondos un Theatrum Orbis Terrarum. Cinco años después de la primera edición el rey Felipe II lo nombra su Geógrafo Real, por lo que dispuso de primera mano del conocimiento obtenido por los navegantes y pilotos españoles y portugueses en sus expediciones, así como de la cartografía pública, y secreta, del momento.

Mercator, publica entre 1585 y 1589 su primer Atlas. Por primera vez un libro de mapas toma el nombre de atlas. Mercator estudió en la Universidad de Lovaina teniendo como profesor a Gemma Frisius, quien disponía también de un taller cartográfico donde Mercator aprendió con la práctica a dibujar y grabar mapas, y a construir instrumentos geográficos y globos terráqueos. Sus conocimientos matemáticos, topográficos y cartográficos, aprendidos de Frisius, posiblemente facilitaron la invención de la proyección más importante de la esfera al plano, la conocidísima Proyección Mercator, dando solución a uno de los problemas más importantes en la navegación marítima, el trazado de un rumbo en línea recta en las cartas náuticas, que ha llegado hasta nuestros días.
Mercator abre en Amberes su propio taller de impresión de mapas, donde inicia su proyecto editorial con una nueva edición de la Cosmographia de Ptolomeo y donde imprime su Atlas sive cosmographicae meditationes de fabrica mundi et fabricati figura, la imagen del mundo que él quería transmitir con mapas originales suyos. Amberes, donde ya estaban establecidos Plantini y Ortelio, era la ciudad más influyente en la impresión y comercialización de libros y mapas en Europa. El propio Cervantes así lo reconoce en el Quijote, cuando Sansón Carrasco le dice a don Quijote que sus hazañas ya se conocen hasta “en Portugal, Barcelona y Valencia, donde se han impreso; y aun hay fama que se está imprimiendo en Amberes.” (Q2, 3)
Recopilar información, verificar y dibujar los más de cien mapas con que contaría su Atlas le llevó mucho tiempo. La primera parte se edita en 1585 y en 1589 la segunda. Sigue trabajando en ampliar el número de mapas hasta su muerte en 1594. Su hijo, Rumold, fue quien terminó el trabajo, editándose completo en 1602. Poco después, en 1604, las planchas de grabado se subastan por la familia, siendo compradas por otro grabador flamenco, Jodocus Hondius, quien volvió a editar el Atlas de Mercator en 1606. Un año después, de los buriles y tórculos del taller de Hondius, salen las estampas de los mapas que componen un Atlas de Mercator, de menor tamaño, con el título de Atlas Minor Gerardi Mercator, de mucho éxito, y del que se hicieron muchas ediciones. Su menor tamaño le hacía poder ser llevado en los viajes y consultado en cualquier lugar. Tanto el Atlas como el Atlas Menor de Mercator fueron publicados tras la muerte de Joducus Hondius, en 1612, por sus hijos, hasta una última edición en 1619.


En estos atlas de Ortelio y Mercator, que contienen varias decenas de mapas de todo el mundo, por continentes, por países e incluso por regiones, también está el mapa de España más conocido en la época.
Estos grandes cartógrafos estuvieron relacionados con los reyes de España, especialmente Ortelio. Pero en España también hubo geógrafos y cartógrafos empeñados en hacer el mapa, la imagen interior, de España. Tres grandes proyectos geográficos fueron desarrollados en el siglo XVI en España, pero no fueron acabados. Es muy posible que hubiese otros mapas, pero el secretismo de los reyes y consejeros por ocultar sus posesiones, por el valor estratégico y militar, y la falta de grabadores e impresores especializados en España, que llevasen a la estampa los dibujos de los cartógrafos, ha hecho que no dispongamos hoy de ninguno. Estos tres grandes proyectos españoles del siglo XVI son: la Descripción y Cosmografía de Hernando Colón, el Atlas de El Escorial y el Mapa de Esquivel.

Hasta hace muy pocos años no se sabía nada del segundo gran proyecto cartográfico español, el conocido como el Atlas de El Escorial. Es una colección de veintiún mapas manuscritos doblados a la mitad, encuadernados en un solo tomo, con un primer mapa general de la Península y veinte mapas a una escala mayor. No tiene fecha, ni nombre del autor, pero investigadores expertos en cartografía han llegado a la conclusión de que este mapa encontrado en la Real Biblioteca de El Escorial se comenzó a dibujar alrededor del 1538 y su autor fue el cosmógrafo Alonso de Santa Cruz (1505-1567).
El rey Carlos I le encarga la elaboración de “hacer la descripción general de la Geografía de España”, utilizando sus instrumentos con los que obtenía una mayor precisión en las coordenadas, que las obtenidas hasta entonces. En una carta enviada al rey le describe que tiene “cosas de geografía hechas”, entre las que se encuentra “una de España del tamaño de un gran repostero donde están puestos todas las ciudades, villas y lugares, montes y ríos que en ella hay”. Un repostero, de la época, era un tapiz con el que se decoraban los balcones o entradas de las casas, con el escudo de armas de la familia bordado o pintado en él, y este Atlas desplegado corresponde a una superficie de más de cuatro metros cuadrados, similar a un repostero.
Carlos I se retira a Yuste, y el nuevo emperador Felipe II no cuenta con los servicios de Santa Cruz, apartándolo a Sevilla. El mapa general incorpora una retícula numerada, que identifica la hoja que corresponde a esa parte de la Península entre las siguientes hojas numeradas. Este mapa general no tiene escala, ni cartela, y están reflejadas las poblaciones más importantes, otras de segundo orden, sistemas montañosos y los ríos más importantes, con correcciones, por lo que se supone que era un mapa aún en construcción. Este mapa se dibuja con los datos de las otras veinte hojas, que son las que muestran el valiosísimo trabajo cartográfico realizado por Santa Cruz. Geoffrey Parker lo describe así: “… el Atlas de El Escorial contiene, con mucho, los mayores mapas del momento basados en una medición detallada del terreno. Ningún otro estado importante del siglo XVI poseía nada semejante.”
Es evidente que Cervantes, aunque pudo tener referencias de estos proyectos cartográficos españoles, no vio el mapa de España dibujado por sus autores. Sí los mapas exentos italianos que tuvieron difusión en España, y con toda seguridad los contenidos en los conocidos y manejados Atlas de Ortelio y Mercator, con ediciones expresamente en castellano.

En ellos, la Mancha, la patria de don Quijote, no aparece, pero si el de “conocido” Campo de Montiel, un espacio manchego nombrado hasta en cinco ocasiones en el Quijote. Mercator, además del mapa de España, incluyó en su Atlas mapas de distintas regiones españolas. El mapa de la región de Castilla la Nueva lo tituló Castillae Veteris et Novae Descriptio. Esta es la imagen del espacio de don Quijote que pudo observar Cervantes en los mapas dibujados por los dos cartógrafos más importantes del momento, y coetáneos a Cervantes. Y en ellos destaca el cervantino “conocido” Campo de Montiel, situado al este de Alcázar de San Juan, a este de la “junta de los ríos” Guadiana y Záncara. Esta misma imagen se aprecia en mapa general del Atlas de El Escorial.


Es evidente que Alonso de Santa Cruz tuvo los mismos datos geográficos que Ortelio y Mercator para situar y dibujar el “conocido” Campo de Montiel al este de Alcázar de San Juan y la “junta de los ríos” Guadiana y Záncara, ¿en un error de todos los expedicionarios que recorrieron Castilla recopilando testimonios geográficos de vecinos y autoridades? Mi respuesta es que, sencillamente, así se conocía en su tiempo este espacio manchego, y así lo dibujaron los geógrafos con los recursos que contaban.
Con los mapas y sistemas de información geográfica actuales podemos observar discrepancias o contradicciones con estos mapas, pero para comprender los espacios cervantinos hay que manejar los mismos mapas que pudo conocer Cervantes, y sus lectores coetáneos. Estas posibles diferencias geográficas en el texto con la realidad no son un error atribuible a Cervantes, él conoció así el espacio físico que luego utilizó para las andanzas de don Quijote. Esto mismo, en 1905, ya lo afirmó el geógrafo Antonio Blázquez en La Mancha en tiempos de Cervantes:
“Pero ha de observarse, porque puede tener gran importancia, que los geógrafos españoles, o, por mejor decir, el único mapa de España que circulaba desde 1550, y cuyas ediciones fueron muy numerosas y casi todas anteriores al Quijote, sitúan el campo de Montiel, no en el lugar que le corresponde, sino al E. de Alcázar de San Juan y al N. de Minaya, Roda, Gineta, Albacete y Chinchilla, y al S. del Cañavate (provincia de Cuenca), y como es indudable que este mapa estuvo en manos de Cervantes, pudieran explicarse algunas dudas y contradicciones del Quijote, por este error del cual no era Cervantes responsable.”
Incluso, se puede llegar a asegurar que fueron estos, los muy populares mapas de Ortelio y Mercator, o copias de ellos, tanto de España como del resto del mundo, los que tuvo Cervantes en sus manos, porque un error cartográfico de bulto es copiado en una de sus obras, El Persiles. En ella describe una isla fantasma, una gran isla que no existía: Frislanda.

El capítulo XII del Libro Cuarto, Cervantes, lo titula: Donde se dice quién eran Periandro y Auristela, que no eran otros que Persiles y Sigismunda, integrantes del grupo de los peregrinos a Roma. Serafido explicaba a Rutilio los reinos de origen de Persiles y Sigismunda:
“Más adelante, debajo del mismo norte, como trescientas leguas de Tile, está la isla de Frislanda, que habrá cuatrocientos años que se descubrió a los ojos de las gentes, tan grande que tiene nombre de reino, y no pequeño. De Tile es rey y señor Magsimino, hijo de la reina Eustoquia, cuyo padre no ha muchos meses que pasó a mejor vida, el cual dejó dos hijos, que el uno es el Magsimino que te he dicho, que es el heredero del reino, y el otro, un generoso mozo llamado Persiles […] Eusebia, reina de Frislanda, tenía dos hijas de estremada hermosura, principalmente la mayor, llamada Sigismunda […]”

Poco más adelante, en el capítulo XIII, Cervantes vuelve a describir ambas islas y el origen cartográfico de Frislanda:
“Volviose a repetir Serafido cómo la isla de Tile o Tule, que agora vulgarmente se llama Islandia, era la última de aquellos mares septentrionales…
Puesto que un poco más adelante está otra isla, como te he dicho, llamada Frislanda, que descubrió Nicolás Zeno, veneciano, el año de mil y trescientos y ochenta, tan grande como Sicilia, ignorada hasta entonces de los antiguos, de quien es reina Eusebia, madre de Sigismunda, que yo busco. Hay otra isla, asimismo poderosa y casi siempre llena de nieve, que se llama Groenlanda […]”
En la edición en castellano del Theatrum Orbis Terrarum de 1588, Ortelio describe junto a este mapa de las Regiones Septentrionales la isla de Frislanda:
“Está en esta tabla la isla que llaman Islanda (de los antiguos dicha Thyle) esclarescida en maravillas si alguna lo es. Y también está Groenlanda, de pocos conocida. Veese también Frislanda, isla a los antiguos del todo desconocida, ni hay mención de ella en los modernos Geógraphos o Hydrographos, salvo en Nicolás Zeno Veneciano: el cual en el año 1380, en este mar por muchas y largas tempestades echado a una parte y otra, al cabo después de padecido naufragio, aportó a esta isla. Este dice que esta isla está sujeta al Rey de Noruega, y que es mayor que Hibernia, y que la ciudad principal tiene el mismo nombre que la isla; y que los moradores casi todos viven de la pesca; porque se toma en su puerto tanta abundancia de todo género de peces, que de ellos cargan muchos navíos en que los llevan a las islas vecinas”.

Parece más que evidente que Cervantes tuvo en sus manos esta edición en español del Theatrum Orbis Terrarum de Ortelio cuando situaba el origen del peregrinaje a Roma de Persiles y Sigismunda. Escogió una isla, Frislanda, que solo existía en los mapas, incluso copiando casi literalmente del texto de Ortelio las notas sobre Nicolás Zeno, su “descubridor”, y el año, 1380. Esta gran isla comenzó a situarse en todos los mapas después de que Nicolás Zeno el Joven la dibujase en 1558 y 1561 según unos documentos y cartas de navegar viejos que había descubierto de unos navegantes antepasados suyos, Nicolás y Antonio Zeno, en los que aseguraban haber llegado a ella en 1380 durante su viaje al continente americano, un siglo antes que Cristóbal Colón.

Antes de la aparición del mapa de Zeno el Joven en 1558 y 1561, la isla fantasma de Frislanda “descubierta” por los Zeno a finales del siglo XIV ya se había dibujado al menos en dos mapas o cartas de navegar, pero por ser ejemplares únicos es casi imposible que los hubiese visto Cervantes, al menos muy improbable.

En 1500, Juan de la Cosa dibuja en el Puerto de Santa María una carta de navegar en la que por primera vez se dibuja la costa del Nuevo Mundo descubierta y cartografiada durante los tres primeros viajes de Cristóbal Colón, así como los de Ojeda, Vespucio, Caboto y del propio Juan de la Cosa. En este pergamino y aparece una isla con el nombre de Frislanda.

Un cartógrafo desconocido, posiblemente portugués, dibujó un planisferio en forma de carta de navegar, que en las manos del comerciante italiano, espía para otros, Alberto Cantino a las órdenes de Hércules I, Duque de Ferrara, llega a Italia en 1502. Es un mapa, además de uno de los más importantes de la Cartografía, en cierta forma enigmático, pues incluye la península de Florida cuando esta es vista por primera vez en 1513 por Juan Ponce de León, a lo que da por pensar que algún navegante portugués se adelantó unos años, y por tener también dibujada la isla fantasma de Frislanda.

Actualmente se encuentra expuesto en la Biblioteca Estense de Módena, pero antes pasó por palacios de nobles italianos y en poder del papa Clemente VIII fue llevado a otro palacio de Módena donde se le pierde la pista hasta que en 1868 Giuseppe Boni, director de la Biblioteca Estense de Módena, lo reconoce cuando un carnicero le envuelve unas salchichas con parte de este pergamino. Por suerte era el primer trozo del mapa dispuesto para tal fin y pudo recuperarlo entero para la biblioteca.

Frislanda, una isla fantasma que nunca existió salvo en algunos documentos de dudosa credibilidad de la familia Zeno, y que los cartógrafos y geógrafos incluyeron durante el siglo XVI en planisferios, cartas de navegar y mapas, hasta que se constató que todo fue una invención de los Zeno. Algunos de estos mapas, obras manuscritas únicas, no pudo verlas Cervantes, pero los conocidos y manejados mapas de Ortelio y Mercator sin duda alguna estuvieron en sus manos. En la parte septentrional de Europa vio la isla de Islandia y Frislanda en uno de esos mapas y las hizo patria de Persiles y Sigismunda. ¿Error geográfico de Cervantes?, no, simplemente utiliza la información geográfica y humana del momento para dar credibilidad al texto del Persiles, tal y como lo hizo antes con el “conocido” Campo de Montiel en el Quijote.
Luis Miguel Román Alhambra
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