Todos los lugares, sean grandes o pequeños, se caracterizan por tener una imagen física y social propia. El plano del lugar, sus edificios, los recursos públicos y el uso del suelo como continente físico, forma el escenario urbano que condiciona la vida de sus vecinos.
Si al humanizar a los personajes de su historia y situarlos en un territorio real, la Mancha, Cervantes hace creíbles sus aventuras, de la misma manera, al describir el lugar donde viven don Quijote y Sancho Panza nos muestra su imagen física y humana. Con esta manera de escribir, tan novedosa en su tiempo, retrata la imagen real del lugar de don Quijote en la novela, sin nombrarlo, haciéndolo creíble para sus lectores.
Una imagen nítida de un lugar es capaz de generar símbolos a sus vecinos útiles en sus desplazamientos y recuerdos legibles a los visitantes. La formación de la imagen de un lugar es un proceso bilateral entre el observador, que escoge la imagen que más le gusta, y el propio lugar. Hoy es posible reconocer un lugar incluso sin haber estado en él. A principios del siglo XVII no, solo habiendo estado en un lugar era posible recordarlo y describirlo con precisión.
Como ejemplo a esto, le enseño a mi amigo estas dos fotografías y le pregunto que si reconoce estos dos lugares, sabiendo que había trabajado en París algunos años, pero tenía mis dudas de si había estado en Almagro o si reconocería su Plaza Mayor. Y aunque me reconoció que nunca había estado en Almagro, no dudó en su respuesta. Lógicamente le insté a que lo visitara en cuanto pudiese porque es uno de los lugares más bonitos de la Mancha y de España. París tiene actualmente unos 2.300.000 habitantes, entre sus límites administrativos, y Almagro unos 9.000 habitantes, sin embargo sus imágenes son reconocibles en todo el mundo.
Siguiendo un análisis deductivo de los aspectos físicos y humanos que encontramos en la novela, es necesario que Alcázar de San Juan cumpla con todas y cada una de las imágenes del lugar de don Quijote.
Aldea o villa
La primera descripción del lugar de don Quijote a tener en cuenta en este análisis, antes que cualquier imagen, es su título administrativo: ¿aldea o villa?
Covarrubias, en su diccionario editado en 1611 dice que: «Lugar significa muchas veces ciudad, o villa, o aldea, y así decimos en mi lugar, en el pueblo donde nací, y fulano no esta en el lugar, no esta en la ciudad». El Toboso, lugar nombrado explícitamente en el Quijote, Cervantes lo denomina desde aldea a «gran ciudad del Toboso», siendo en su tiempo una villa: «Es villa desde la era de mil e trescientos y setenta y seis años […]», afirman sus vecinos en las Relaciones Topográficas, en 1575.
En la carta que Teresa remite a Sancho, detallándole los últimos sucesos acaecidos en su pueblo, le dice que «un pintor de mala mano que llegó a este pueblo a pintar lo que saliese, mandole el concejo pintar las armas de Su Magestad sobre las puertas del Ayuntamiento […]» (Q2, 52). Teresa termina su carta con: «La fuente de la plaza se secó, un rayo cayó en la picota, y allí me las den todas». El lugar de don Quijote, nombradoen la novela como aldea o pueblo, era oficialmente una villa porque disponía de ayuntamiento y picota, recursos que una aldea no disponía.
Alcázar de San Juan era villa desde 1292,cuandoel rey Sancho IV le concede este título, además de privilegios, por haber nacido en ella su hijo Fernando, el futuro rey Fernando IV de Castilla. En tiempos de Cervantes, Alcázar de San Juan era sede del gobernador del Priorato de San Juan y disponía de un edificio público que servía de ayuntamiento. Este edifico para uso del Concejo con forma de torre, se conocía como la Torre del ayuntamiento, fue adquirido por la villa de Alcázar en 1529. Tenía una «estrecha sala» donde se juntaban los alcaldes y regidores para realizar sus sesiones. En 1612, tres años antes de la aparición del segundo Quijote, Manuel Filiberto de Saboya, Gran Prior de la Orden de San Juan, concede licencia para que se reformara y se construyese dentro de la torre del ayuntamiento una sala más grande y mejor dotada para las reuniones, además de otras construcciones adosadas a ella para uso de los funcionarios públicos.
La picota, antecesora del rollo de justicia, aunque en sus orígenes era un poste de madera, en tiempos de Cervantes era una columna de piedra ajustada sobre cuatro o cinco gradas, también de piedra, instalada en una plaza o en la entrada de la villa donde se exponían las cabezas de los ajusticiados y a los penados con escarnio público, sirviendo como advertencia para propios y forasteros. Las aldeas, entidades locales menores, dependían administrativa y judicialmente de una villa cercana. Excepcionalmente, en algunas aldeas, «por merced de Su Majestad», podían disponer de oficios de justicia muy limitados en lo civil, pero de ningún modo en cosa criminal donde las sentencias podían llegar hasta la pena capital, siendo estas ejecutadas siempre en la picota.
La existencia de picota, su uso y conservación en Alcázar de San Juan está documentada en los Libros de Actas y Acuerdos Municipales, que se conservan en su Archivo Histórico Municipal. En fechas cercanas a la publicación del primer Quijote, agosto de 1604, los alcaldes y regidores alcazareños «estando juntos en su ayuntamiento», ante la «necesidad de un verdugo, respecto de que muchos delitos que se cometen», toman el acuerdo de contratar «a Pedro Gómez, vecino de la ciudad de Guadalajara para que en esta villa haga el oficio de verdugo por el tiempo de un año».
La columna de la picota estaba rematada con una cruz de hierro forjado incrustada en ella, y junto con su localización en las afueras de la villa las hacían propensas a atraer los rayos durante las tormentas, coincidiendo así con la descripción que hace Teresa de que «un rayo cayó en la picota».
La fuente de la plaza
En la misma frase, Teresa da detalle a Sancho de que la fuente de la plaza se había secado: «La fuente de la plaza se secó, un rayo cayó en la picota, y allí me las den todas»
En esta parte de la Mancha, a principios del siglo XVII, muy pocos lugares disponían de una fuente pública en su plaza, siendo la forma habitual de abastecerse de agua dulce en pozos públicos o privados. Para disponer de una fuente en la plaza era necesario que el colector de aguas estuviera varios metros por encima del nivel de la plaza, disponer de un sistema de extracción mediante norias y una canalización cerámica enterrada hasta la plaza, donde estarían las pilas y caños.
Alcázar de San Juan, entre la escritura de los dos Quijotes, construye una fuente pública en su plaza principal. En 1602, poco antes de la escritura del primer Quijote, el concejo de Alcázar de San Juan ante la bajada del nivel freático de uno de sus pozos principales situado a extramuros de ella y desde el que se abastecían los vecinos por medio de cántaros, toma la decisión de buscar más agua dulce en otros parajes cercanos a la villa más:
“Este dicho día, se acordó que atento la gran necesidad que en esta villa hay de agua dulce, y que se acaba cada día la que hay en el pozo de Valcargao, que se envíe por un fontanero y zahorí, que vea el pozo del Vallejo, a donde parece que ay cantidad de agua, por si conviniere descubrirla […]”
Se encontró gran cantidad de agua en la zona marcada, por lo que se acordó realizar las obras necesarias para ampliar el pozo del Vallejo, «abriéndose una zanja de cincuenta varas de largo y tres de fondo». Al estar desaparecido el segundo Libro de Actas y Acuerdos, de los años 1610 y 1615, se desconoce el acuerdo concreto y su fecha por el que se decide construir una canalización desde la zona de captación del agua del pozo Vallejo hasta la plaza y las obras de una fuente de piedra con varios caños y un abrevadero para animales.
El tercer Libro de Actas y Acuerdos, desde 1616 a 1623, tiene desaparecidos los diez y nueve primeros folios, comenzando en el folio veinte precisamente con una acuerdo sobre la «Fuente de la plaza», en octubre de 1616, donde se acordaba la contratación de las obras necesarias para una nueva ampliación de los dos pozos principales de la captación con un tercero cercano, ante la falta de agua en la fuente de la plaza en los meses de verano.
Un arroyo en la entrada del lugar
La carta en la que Teresa detalla estos sucesos, es contestación a la carta que Sancho le había enviado siendo gobernador, junto con otra de la duquesa. Las cartas, con algunos regalos, las lleva un paje de la duquesa desde Aragón al lugar de Sancho:
“Dice pues la historia que el paje era muy discreto, y agudo, y con deseo de servir a sus señores, partió de muy buena gana al lugar de Sancho, y antes de entrar en él, vio en un arroyo estar lavando cantidad de mujeres, a quien preguntó, si le sabrían decir si en aquel lugar vivía una mujer llamada Teresa Panza, mujer de un cierto Sancho Panza, escudero de un Caballero llamado don Quijote de la Mancha, a cuya pregunta se levantó en pie una mozuela que estaba lavando, y dijo: -Esa Teresa Panza es mi madre, y ese tal Sancho mi señor padre, y el tal Caballero, nuestro amo.” (Q2, 50)
El paje «vio en un arroyo estar lavando cantidad de mujeres». Este arroyo hay que situarlo entre el norte y el este del lugar de Sancho, debido a que el paje llega a esta comarca cervantina desde Aragón. El arroyo está «antes de entrar en él», y la casa de Sancho muy cerca de él, «venga vuesa merced, que a la entrada del pueblo está nuestra casa, y mi madre en ella», le dice la hija de Sancho.
Desde Aragón, el camino que debía de traer el paje de la duquesa es pasando por Cuenca, Villaescusa de Haro, Mota del Cuervo y dejando atrás Campo de Criptana entrar por el camino de Toledo a Murcia a la villa de Alcázar.
Por el término de Alcázar de San Juan discurrían varios arroyos. Uno de ellos, conocido como arroyo Mina, recogía aguas en los cerros del Tinte y Las Fontanillas, situados al norte, y lamiendo por el este las afueras de la villa, se cruzaba con el camino a Campo de Criptana por debajo de un puente. Hasta bien entrado el siglo XX las mujeres de Alcázar acudían a este arroyo a lavar la ropa.
La imagen del lugar desde una cuesta
Si la primera imagen que vio el paje del lugar de don Quijote fue desde el arroyo en el que las mujeres estaban lavando la ropa, desde el camino de El Toboso no se distingue su imagen hasta que no se sube una cuesta, que lo oculta. Don Quijote y Sancho, de regreso a casa desde Barcelona, han dejado atrás El Toboso sin conseguir ver a Dulcinea desencantada, cuando:
“[…] subieron una cuesta arriba, desde la cual descubrieron su aldea, la cual vista de Sancho se hincó de rodillas […] Déjate desas sandeces, dijo don Quijote, y vámonos con pie derecho a entrar en nuestro lugar […] Con esto, bajaron la cuesta y se fueron a su pueblo.” (Q2, 72)
Las villas de El Toboso y Alcázar están unidas desde antiguo por un camino derecho, hoy usado solo para tareas agrícolas. Viniendo desde El Toboso no vemos Alcázar de San Juan en ningún momento. A unos 3,5 km antes de llegar a Alcázar nos encontramos con una cuesta que salva unos 15 metros de desnivel, en 600 metros de camino. Esta cuesta en el camino que discurre entre dos cerros impide la visión de la ciudad hasta que no se llega a su cresta. Este pequeño relieve es parte de los cerros del Vallejo, donde aún pueden verse restos de los molinos de viento construidos entre los siglos XVIII y XX, y estaban en tiempos de la escritura del Quijote los pozos desde los que se abastecía de agua a la fuente de la plaza.
Con las curvas de nivel de las hojas MTN25 del Instituto Geográfico Nacional he realizado este perfil del camino, en el que se observa la cuesta que impide ver Alcázar de San Juan desde el camino de El Toboso.
La cuesta casi al final del camino viniendo de El Toboso propicia que la imagen que de Alcázar de San Juan se ve, cuando se salva este pequeño desnivel, coincida exactamente con el texto: «[…] subieron una cuesta arriba, desde la cual descubrieron su aldea, […] Con esto, bajaron la cuesta y se fueron a su pueblo».
Las eras del lugar
Don Quijote y Sancho bajan la cuesta del camino de El Toboso, están llegando ya a su pueblo. Es aquí donde Cervantes nos regala otra estampa del lugar de don Quijote: las eras empedradas donde sus vecinos trillaban el cereal y unos muchachos, aprovechando la cercanía a sus casas están jugando en ellas:
“A la entrada del cual, según dice Cide Hamete, vio don Quijote que en las eras del lugar estaban riñendo dos mochachos […], pasaron adelante, y a la entrada del pueblo toparon en un pradecillo rezando al cura y al bachiller Carrasco […] finalmente, rodeados de mochachos y acompañados del cura y del bachiller, entraron en el pueblo, y se fueron a casa de don Quijote.” (Q2, 73)
La mayoría de las eras con las que contaba Alcázar de San Juan se concentraban en la parte noreste de la villa, entre los caminos de Quero, La Puebla y Miguel Esteban. Este último camino es inicio común del camino a El Toboso, el que traían don Quijote y Sancho de regreso a su pueblo.
Las eras del pradillo, así se conocían cuando Cervantes escribía el Quijote estaban en el paraje conocido como el Pradillo, junto a las últimas casas de la villa. En el primer Libro de Actas y Acuerdos de Alcázar de San Juan, entre 1599 y 1609, encontramos varios pleitos que mantuvo el concejo con el gobernador del priorato. Uno de ellos fue por la titularidad y uso de estas «eras en el pradillo», en el que sus alcaldes y regidores daban la razón a los vecinos propietarios de estas antiguas eras:
“En la villa de Alcazar en diez y siete dias del mes de febrero de mil seiscientos años estando en la torre del ayuntamiento de esta dicha villa los alcaldes y regidores que abajo firmaron sus nombres para tratar y conferir cosas tocantes del bien publico de la dicha villa acordaron que por cuanto el gobernador del prior lleva algunos procesos contra los vecinos desta villa que tienen eras en el pradillo […]se lleven los papeles que les pareciere en su provecho para que el dicho gobernador se satisfaga de como las dichas eras son de los vecinos que las poseen […]”
Estas «eras en el pradillo» junto al pueblo se conservaron aún muchos años después. En el Libro Seglar compuesto sobre 1750, origen de las respuestas enviadas en 1753 al Catastro mandado hacer por el Marqués de la Ensenada, Felipe Díaz Carrascosa, vecino de esta villa, dice tener «una hera pan trillar en las del pradillo contiguo a esta población».
Cervantes podría haber omitido la imagen de las eras y el «pradecillo», donde estaban el cura y el bachillera la entrada del pueblo, y la historia habría sido la misma. Sin embargo, aprovecha esta imagen de las afueras del lugar de don Quijote para ilustrar su llegada a casa. Imagen que coincide exactamente con este paraje alcazareño en tiempos de la escritura de la novela. Esta misma imagen se podía ver en Alcázar hasta el comienzo de la construcción del ferrocarril y de su estación, en la segunda mitad del siglo XIX, que favoreció la expansión urbana de esta parte de la ciudad, cambiando sustancialmente su morfología.
La caza y la pesca en el lugar de don Quijote
Hoy en la Mancha la práctica de la caza y la pesca tienen un carácter deportivo o de ocio. Sin embargo, en tiempos de la escritura del Quijote eran de subsistencia, excepto para los nobles que gastaban su mucho tiempo libre en su práctica, como describe Cervantes el encuentro de don Quijote con el Caballero del Verde Gabán, poco después de salir de El Toboso:
“—Yo, señor Caballero de la Triste Figura, soy un hidalgo natural de un lugar donde iremos a comer hoy, si Dios fuere servido. Soy más que medianamente rico y es mi nombre don Diego de Miranda; paso la vida con mi mujer y con mis hijos y con mis amigos; mis ejercicios son el de la caza y pesca, pero no mantengo ni halcón ni galgos, sino algún perdigón manso o algún hurón atrevido.” (Q2, 16)
Los más humildes, la gran mayoría, como Sancho Panza y Tomé Cecial, un vecino suyo disfrazado de escudero del Caballero del Bosque, buscaban en la caza y la pesca un recurso para contribuir con carne y pescado fresco a sus maltrechas despensas:
“—Harto mejor sería que los que profesamos esta maldita servidumbre nos retirásemos a nuestras casas y allí nos entretuviésemos en ejercicios más suaves, como si dijésemos cazando o pescando; que ¿qué escudero hay tan pobre en el mundo a quien le falte un rocín y un par de galgos y una caña de pescar con que entretenerse en su aldea?
—A mí no me falta nada deso —respondió Sancho—. Verdad es que no tengo rocín, pero tengo un asno que vale dos veces más que el caballo de mi amo. Mala pascua me dé Dios, y sea la primera que viniere, si le trocara por él, aunque me diesen cuatro fanegas de cebada encima. A burla tendrá vuesa merced el valor de mi rucio; que rucio es el color de mi jumento. Pues galgos no me habían de faltar, habiéndolos sobrados en mi pueblo; y más, que entonces es la caza más gustosa cuando se hace a costa ajena.” (Q2, 13)
La caza. ¿Alguien no conoce el principio del Quijote, aunque no lo haya leído? Así comienza el capítulo primero «Que trata de la condición y ejercicio del famoso hidalgo don Quijote de la Mancha»: «En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor». Antes de describirnos físicamente al protagonista, Cervantes señala de él su condición de hidalgo y que dispone de un «rocín flaco y galgo corredor». Poco después nos apunta que era «gran madrugador y amigo de la caza», por lo que no es difícil deducir que Alonso Quijano era aficionado a la caza con galgo. La orografía llana y el clima de esta parte de la Mancha propiciaban este tipo de caza de la liebre con galgos, práctica que ha llegado hasta nuestros días.
En el lugar de don Quijote este tipo de caza era muy común entre los hidalgos y caballeros ociosos y los más humildes, como indicaba el narrador del mismo Alonso Quijano y los comentarios entre Sancho y Tomé: « ¿qué escudero hay tan pobre en el mundo a quien le falte un rocín y un par de galgos?… pues galgos no me habían de faltar, habiéndolos sobrados en mi pueblo»
Sebastián de Cobarruvias en su Tesoro de la Lengua Castellana de 1611, anota de galgo: «Casta de perros bien conocidos, son muy ligeros, y corren con ellos las liebres». La primera imagen que don Quijote y Sancho perciben de su lugar, cuando llegan por el camino de El Toboso, es una carrera de «muchos galgos» tras de una liebre en las eras situadas en sus afueras:
“Queríale responder Sancho cuando se lo estorbó ver que por aquella campaña venía huyendo una liebre, seguida de muchos galgos y cazadores, la cual temerosa, se vino a recoger y a agazapar debajo de los pies del rucio. Cogiola Sancho a mano salva” (Q2, 73)
La caza de la liebre con galgos en la Mancha es hoy muy habitual. En todos los lugares manchegos hay aficionados que cuidan y entrenan sus galgos para cuando la veda les permita la salida al campo. Pero lo que parece común o habitual en los lugares de la Mancha, en Alcázar de San Juan, en tiempos de la escritura del Quijote, su práctica era extraordinaria. Tanta que entre los acuerdos de los alcaldes y regidores para el nombramiento de los guardas de los montes del Arenal y el Acebrón y la dehesa de Villacentenos, una de las condiciones que mandaban respetar a los guardas era la de no llevar galgos a los vedados asignados.
En el folio 92 del Libro de Actas y Acuerdos de diciembre de 1601 ordenan a los guardas nombrados:
“Que ninguna de las dichas alguardas pueda tener galgos ni otros perros de caza ni puedan traer ni traigan en sus cabalgaduras que truxeren aguaderones, sino tan solamente unas alforjas ordinarias en que lleven su comida // ni menos puedan andar en compañia de las personas que anduvieren a caza.”
Estas condiciones venían dadas para evitar que, en lugar de vigilar la corta de madera de las encinas y la recolección de su bellota de forma ilegal, los guardas dedicasen su tiempo al ejercicio de la caza con galgos y que las piezas cobradas se transportasen escondidas en aguaderones (tipo de alforjas muy grandes para llevar cántaros de agua).
La pesca. La mayoría de pueblos de esta comarca declaran en sus Relaciones Topográficasque no hay pesca en su término o la que hay es muy mala y por ello no se consume. Los ríos de esta parte de la Mancha, como el Záncara, Gigüela y Amarguillo se secaban siempre en verano, e incluso había inviernos en los que el agua no corría por ellos, por lo que los peces eran muy pequeños e inservibles para su consumo. A excepción del río Guadiana, que corría todo el año, pero, como el agua, los peces eran propiedad del prior de la Orden de San Juan, que mediante arriendos propiciaba su pesca, como ocurría en la villa de Argamasilla de Alba.
Los ríos Guadiana, Záncara y Gigüela atraviesan el término de Alcázar de San Juan y se unen en lo que hasta hoy se conoce como la Junta de los ríos. Poco más adelante, en los límites con el término municipal de Herencia, también aporta su caudal el río Amarguillo. Hoy es posible ver esta espectacular imagen solo los años de muy alta pluviometría, muy escasos actualmente.
A unos diez kilómetros de la villa, se juntan todos estos ríos para formar uno solo. A menos de dos horas de camino llano, sus vecinos tenían la posibilidad de hacerse con pescado fresco de río, y más barato que el pescado en salazón que arrieros y trajinantes traían desde Levante y Andalucía a la Mancha.
Es tal la afición, o necesidad, a la pesca en Alcázar de San Juan, que en el año 1601 surgen denuncias de los agricultores por la elaboración de numerosas “cespederas”, unos muretes artificiales realizados con piedras y tierra con las que se conseguía embalsar y retener el agua durante varios meses y así mantener vivos los peces, que ocasionaban desbordes y daños en las tierras y caminos de labor en los meses de invierno, cuando el caudal las desbordaba:
“En la villa de Alcázar a catorce días del mes de octubre de mil y seiscientos y un años los señores alcaldes y regidores que aquí firmaron sus nombres estando juntos en su ayuntamiento a campana tañida como lo hacen de uso y costumbre para tratar y conferir las cosas tocantes del bien de los vecinos dijeron que de causa de que algunos vecinos de esta villa y forasteros han hecho y hacen muchas cespederas en el río Záncara para pescar y por haber tanta cantidad de las dichas cespederas tapan el río y sale fuera de madre y a echado a perder muchos huertos y haces de labor y otras heredades y los caminos por donde se va a las labores desta villa de suerte que a hecho notables daños.”
Es tanta la pesca que se toma de sus ríos que pocos meses después, los alcaldes y regidores alcazareños, acuerdan que la pesca se utilice para el propio consumo propio de la población, por entonces de unos 9000 habitantes, impidiendo su comercio, anunciando penas y multas para quienes habiendo pescado en sus ríos no lo cumpliesen. En febrero de 1602 el escribano municipal anotaba en el Libro de Actas y Acuerdos:
“Acordaron los dichos señores que se identifique a todas las personas que pescan en los ríos que están en el término de esta villa que acudan a ella con toda la pesca que tomaron de los dichos ríos para la provisión de esta villa. Sin que sean osados a vender la pesca en esta villa. So pena de seiscientos maravedíes […]”
Alcázar de San Juan al recibir el título de villa por el rey Sancho IV, éste le otorgó unos privilegios que otras villas no disfrutaban por haber nacido aquí su hijo Fernando, quien fue su sucesor como rey de Castilla. Estos antiguos privilegios fueron siempre disputa entre la villa y el prior de San Juan, especialmente con su gobernador que residía habitualmente en Alcázar. En julio de 1605 aprovechando que el Concejo de Alcázar de San Juan había nombrado a unos regidores para «ir a besar las manos de su Alteza del príncipe gran prior de San Juan» para pedirle «se sirva de remediar la necesidad de trigo para pan y sembradura» que tenía la villa ante las últimas malas cosechas que habían padecido, le solicitan que no arriende la pesca de los ríos, por lo poco que le supone a él y el mucho provecho que hace a los pobres poder pescar libremente en ellos, como «costumbre antigua» en Alcázar de San Juan:
“Item. Sinificando a Su A[lteza] el daño que tiene a los pobres del arrendar la pesca de los ríos y lagunas y el poco probecho que tiene a Su Alteza y la defensa que tiene la villa en la costumbre antigua podría servirse de mandar que se den los dichos arrendamientos reduciéndose al estado antiguo.”
Seguimos en tiempos de la escritura del Quijote, cuando, de nuevo, los alcaldes y regidores tienen que tomar cartas en el asunto por la construcción de las “cespederas” en sus tres ríos, y los problemas que estas acarrean a los agricultores y a los caminos. Es abril de 1608 cuando reunidos acuerdan que:
“Otro si acordaron que se pregone públicamente que todas las personas que tuvieren cespederas en los ríos de Zancara y Guadiana y Jiguela dentro del termino desta villa las derriben y limpien la corriente de los dichos ríos sacando fuera de ellos las céspedes y otras cosas con [que] los tuvieren atrapados dentro de quatro días con apercibimiento que pasado el dicho termino iran personas a su costa […] las dichas cespederas embarrancando con ellas la corriente de los dichos ríos se anegan muchas eredades de vecinos desta villa y los caminos de manera que no se puede pasar a las labores dellas.”
En estas “cespederas”, además de pescar con caña, sedal y anzuelo, se utilizaban pequeñas nasas amarradas a una caña y garlitos. De esta manera, el pescado que quedaba en el agua embalsada, de manera también pasiva, se atrapaba con facilidad y en ocasiones en cantidad, como recogían las actas del ayuntamiento.
Cazar con galgo y pescar en los ríos, artes que en Alcázar de San Juan en tiempos de la escritura del Quijote es tan practicado que incluso es tenido que ser regulado por los alcaldes y regidores de su ayuntamiento.
Las preciadas bellotas de sus montes
Hoy en nuestros viajes, como en tiempos de Cervantes, nos traemos a casa recuerdos singulares de los lugares por donde hemos estado, o se los pedimos traer a nuestros conocidos en sus viajes. Es lo que hace la duquesa en la carta que envía a Teresa. Le pide que le envíe bellotas: «Dícenme, que en ese lugar hay bellotas gordas, envíeme hasta dos docenas, que las estimaré en mucho por ser de su mano […]» (Q2, 50).La duquesa quiere un producto típico, representativo del pueblo de Sancho, que sin duda alguna sería muy significativo en él y de su imagen.
La roturación de suelos para la agricultura, en el término de Alcázar de San Juan, ha hecho desaparecer casi por completo un recurso que en tiempos de Cervantes fue muy apreciado, fundamental para los gastos del Concejo: las bellotas de sus montes. En 1601, con los ingresos recogidos por la venta de la bellota de tres montes públicos, se sufragó la construcción de una cerca alrededor de la villa para el control de paso de las personas a ella, cuando la peste asolaba buena parte de España. Esta cerca de tapial tuvo una longitud de unos doce mil pies castellanos, unos 3,5 km, y cerraba la villa que era la más grande de la comarca, con una población de «dos mil vecinos», entre ocho y diez mil habitantes:
“[…] se ha acordado que esta villa se guarde, y por haber en ella muchos arrabales y calles que para se guardar de la dicha peste, como conviene, es necesario que se tapien y cierren y que no queden sino cuatro puertas por donde puedan entrar y salir los que vinieren con las demás de las partes que no estén apestadas, para que con más facilidad se pueda guardar. Y de causa de no tener esta villa propios, por estar empeñada, de causa de los pleitos que tienen pendientes en Corte de Su Majestad, y en la ciudad de Granada, acordaron y mandaron que se tome dinero prestado que para hacer la cerca y atajar las calles y portillo que es necesario cerrarse, como se acostumbra a atajar en semejantes ocasiones, de Juan Díaz Guerrero, depositario de los maravedís de la bellota […]”
En el 1605, el mismo año de la publicación de la primera parte del Quijote, nuevamente el Concejo de Alcázar de San Juan hace uso de la venta de la bellota de sus montes para poder pagar las deudas contraídas con el maestro cantero de las obras realizadas en la iglesia de Santa Quiteria, y otros gastos importantes de la villa. En el mismo Libro de Acuerdos del Concejo, los alcaldes y regidores lo acuerdan y firman:
“En la villa de Alcázar. A veinte y cuatro días del mes de septiembre de mil y seiscientos y cinco años, los señores Alcaldes y Regidores que abajo firmaron sus nombres, estando juntos para tratar y proveer las cosas convenientes a esta república, dijeron que por cuanto este Concejo y el mayordomo de la iglesia de Santa Quiteria están obligados a pagar a los herederos de Agustín de Arguello, maestro de cantería, vecino que fue de la villa, mucha cantidad de maravedís que se le deben de la obra nueva y capilla mayor que hizo en la dicha iglesia […] Por tanto acordaron se venda la bellota de la dehesa de Villacentenos y monte del Acebrón y se saque a pregón y se reciban las posturas que se hicieren y habiendo andado en almoneda […] Y el dinero que procediese de la venta de la bellota se ponga en depósito en poder de Fernando de Aguilera, vecino de esta villa, para que se vaya gastando con cuenta y razón en lo que más convenga al bien de esta villa y sus vecinos y así lo acordaron y firmaron.”
Estas y otras muchas referencias a la bellota, en las actas del Concejo de Alcázar de San Juan, ponen de manifiesto la gran importancia de la bellota como fuente de ingresos para la villa, señalada por Cervantes, testigo de su tiempo, en la carta de la duquesa a Teresa.
La escuela en el lugar de don Quijote
«Advertid que Sanchico tiene ya quince años cabales, y es razón que vaya a la escuela, si es que su tío el abad le ha de dejar hecho de la Iglesia» (Q 2, 5). El bajo nivel educativo que había en la España rural durante la escritura del Quijote está señalado en el texto de la novela, cuando el mismísimo Sancho afirma que «yo no sé leer ni escrebir», como tampoco sabía su mujer Teresa, ni sus dos hijos. Lo mismo ocurría con Aldonza Lorenzo, Dulcinea.
En las clases sociales bajas era muy difícil encontrar a alguien que supiera leer y escribir, y mucho menos en aldeas o villas muy pequeñas, en las que por la poca disposición de recursos para contratar a un maestro y mantener una escuela lo hacía imposible, aunque el salario del maestro fuera bajo. Así, la falta de maestros en los lugares manchegos era lo habitual. Es una realidad social y no pasa inadvertido en el Quijote. Cervantes lo describe, o critica con genial ironía, cuando don Quijote, por falta de papel, le dice a Sancho que la carta que le iba a escribir, para que se la llevase a Dulcinea, en el librito de memoria que encontraron junto a la mula muerta en medio de Sierra Morena:
“[…] tú tendrás cuidado de hacerla trasladar en papel, de buena letra, en el primer lugar que hallares donde haya maestro de escuela de muchachos, o si no, cualquiera sacristán te la trasladará; y no se la des a trasladar a ningún escribano, que hacen letra procesada, que no la entenderá Satanás”. (Q1, 25)
Cervantes evidencia la falta de maestros en la Mancha, quedando la formación de los niños en primeras letras, casi en exclusividad, en los curas y clérigos de iglesias y conventos. En niveles sociales más altos, el analfabetismo era lo infrecuente, llegando la educación en primeras letras también a las niñas, como lo muestra que las mujeres nombradas en el Quijote de clase media o alta todas sabían leer, como Dorotea, Luscinda, Zoraida en árabe, y la duquesa. También sabía leer la sobrina de don Quijote.
La primera enseñanza, en los lugares que disponían de escuela y maestro, no era gratuita, se cobraba una matrícula acordada entre los alcaldes y regidores de la villa, por lo que ante los escasos recursos económicos de las familias humildes, como la de Sancho, solo algunos de los muchachos tendrían posibilidad de asistir a aprender las primeras letras. Las niñas quedaban en casa aprendiendo labores, y, con el tiempo, poder llegar a servir en alguna casa, o como le decía Teresa a Sancho: «Mari Sancha, vuestra hija, no se morirá si la casamos».
La edad con la que comenzaban a ir a la escuela era entre cinco y seis años. Y a los diez, sabiendo ya leer y escribir, podían iniciar, en las conocidas como escuelas de gramática, la segunda enseñanza en latín, con el Introductiones Latinae, de Antonio de Nebrija, texto único aprobado por el Consejo Real de Castilla, en 1598. Escuelas de gramática eran aún menos frecuente en las villas pequeñas y medias. Sanchico ya tenía «quince años cabales», una edad tardía para comenzar en las primeras letras, aunque esto era frecuente en los muchachos que comenzaban a trabajar a edades muy tempranas.
Alcázar de San Juan disponía en 1600 de escuelas de primeras letras donde iban los muchachos a aprender a «leer, escrivir y contar». En el Archivo Histórico Municipal de Alcázar de San Juan se conserva, en el primer Libro de Actas y Acuerdos, el acta donde se conviene en 1605 por los alcaldes y regidores contratar a un maestro más, a los dos que ya disponía la villa, para instruir a los muchos niños que había:
“En la villa de Alcazar a treinta y uno de julio de mil seiscientos y cinco años los señores alcaldes y regidores que abajo firmaron sus nombres estando juntos en su ayuntamiento a campaña tañida como tienen de costumbre dixeron que por quanto ay en esta villa necesidad de maestro para enseñar [a] los niños leer y escrivir y contar porque de presente no ai mas de dos maestros y esta villa tiene mucha vecindad y an sido ynformados que Gonzalo Ruiz vecino del Campo de Critana cerca a esta villa enseña a los niños y es maestro cual para ello conbiene por tanto acordaron para que el dicho Gonzalo Ruiz benga a esta villa de la dicha del Campo debe asignar y asignaron de salario por un año que le cuente desde el dia que conmenzare en un año diez ducados para ayuda a pagar el alquile de una casa en que viva y asi lo acordaron y firmaron.”
En enero de 1607, por «la experiencia [que] a mostrado» el maestro Gonzalo Ruiz se le asigna un salario anual de seis mil maravedís.
El médico del lugar
Cuando Cervantes escribía el Quijote, la mortalidad en España ha sido considerada como catastrófica. Además de los fallecidos en las guerras, por causas naturales y en el parto, la población española estaba sufriendo epidemias de enfermedades infecciosas, como la peste, el tifus o la difteria, agravadas por las malas condiciones alimenticias e higiénicas en la población más humilde, siendo las causas de una altísima mortalidad entre la población. Algunas de las enfermedades no eran bien conocidas, especialmente las que afectaban a los niños, y eran estudiadas por los médicos más importantes del momento, publicándose libros sobre el conocimiento y la forma de tratarlas. Los aspirantes a médicos debían formarse como bachilleres, cursar cuatro años de Medicina y tras dos años de prácticas y superar un examen teórico y práctico podían ya ejercer su profesión. Aunque las villas les asignaban las mejores casas o una cierta cantidad para costas, los servicios que prestaban tenían que ser pagados por los propios enfermos, lo que impedía su presencia en aldeas o villas muy pequeñas.
El lugar de don Quijote contaba con al menos un médico. A él recurren cuando don Quijote «cayó malo» después de llegar a su casa desde Barcelona, donde había sido derrotado en su playa:
“[…] porque o ya fuese de la melancolía que le causaba el verse vencido o ya por la disposición del Cielo, que así lo ordenaba, se le arraigó una calentura que le tuvo seis días en la cama […] Llamaron sus amigos al médico: tomole el pulso y no le contentó mucho, y dijo que, por sí o por no, atendiese a la salud de su alma, porque la del cuerpo corría peligro. Oyolo don Quijote con ánimo sosegado, pero no lo oyeron así su ama, su sobrina y su escudero, los cuales comenzaron a llorar tiernamente, como si ya le tuvieran muerto delante. Fue el parecer del médico que melancolías y desabrimientos le acababan.” (Q2, 74)
En Alcázar de San Juan, la villa con más habitantes de la comarca cervantina, contaba con el servicio de varios médicos. Pero ante las nuevas enfermedades que estaban apareciendo entre sus vecinos, en septiembre de 1601, sus alcaldes y regidores se reúnen para «prover y praticar las cosas tocantes y convenientes al bien publico» y:
“[…] dixeron que atento que esta villa es de mucha vecindad y que puesto ay algunas enfermedades no conocidas de cuya causa los médicos que las curan no las conocen [acuerdan] traer un médico de fama y asista en esta villa para curar las dichas enfermedades.” (AHMASJ)
En el acta nombran a cuatro comisarios, entre los alcaldes y regidores, para que hagan las diligencias oportunas para traer a dicho «médico de fama» y su salario.
El paso de los soldados españoles
Que una compañía de soldados pasara por una villa y se alojase varios días, o semanas, creaba un problema económico y social para ella. Obligadas por ley a dar alojamiento y manutención, acarreaba un gasto enorme a las arcas del concejo, y más para los vecinos más humildes que tenían la obligación de hospedarlos en sus casas. Socialmente ocasionaban no menos problemas, porque la llegada de una cierta cantidad de hombres, a veces muy ociosos, sobresaltaba la vida ordinaria de la villa.
No eran pocos los hombres que integraban una compañía de soldados. Felipe II disponía que cada Tercio de su ejército se compusiese de 3000 soldados, divididos en diez compañías. Al mando de cada una estaba un capitán, un alférez y varios sargentos. Aunque este número fue menguando conforme avanzaba el siglo XVI, cuando Cervantes escribía el Quijote una compañía estaba formada por no menos de cien soldados. Con este número, solo las villas medianas o grandes disponían de los recursos y podían asumir los gastos necesarios para su hospedaje y manutención, más cuando había muchos vecinos eximidos de la obligación de albergar a los soldados, por lo que estos eran alojados en las casas de los más humildes y con menos recursos.
Algo parecido pasó en el lugar de don Quijote, mientras amo y escudero deambulaban por tierras aragonesas. Entre otras cosas, esto le cuenta Teresa a Sancho, en su carta: «Por aquí pasó una compañía de soldados; lleváronse de camino tres mozas deste pueblo; no te quiero decir quién son: quizá volverán y no faltará quien las tome por mujeres, con sus tachas buenas o malas» (Q2, 52)
En octubre de 1608 el escribano del ayuntamiento de Alcázar de San Juan anota en el Libro de Actas y Acuerdos que: «en veinticuatro días deste mes de octubre de mil seiscientos y ocho años se alojó en esta dicha villa la compañía de hombres de armas del señor marques de Cañete a quien alojaron vecinos de dicha villa». Pasados más de quince días surgen los primeros problemas ya que el alojamiento «fue en casas de vecinos de poca posibilidad y fuerzas porque los mas ricos hallaron estar libres de recibir huéspedes por mandato de Su Magestad, unos por hidalgos otros por salitreros…». Los alcaldes y regidores acuerdan que «para aliviar mas el trabajo y costas a las personas en cuyas casas se alojan los dichos gentilhombres por cada dia se de a las casas un real para la costa del soldado»
Pero el tiempo pasa y la compañía seguía en la villa. De nuevo se reúnen para tratar este asunto y toman la decisión de que lo mejor es abonar al capitán una cierta cantidad de dinero para que se marchen a otro lugar, como se dice por esta parte de la Mancha ¡con la música a otra parte! Y encargan el “despacho” de la compañía de soldados a los regidores Melchor de Agudo y Andrés de Valdivieso que pactan con don Francisco de Londuño, que así se llamaba el capitán de la compañía, su marcha de la villa por ¡veinte mil reales!
En las actas no aparece reflejado si surgió algún exceso de los soldados, aunque sí se anota el nombramiento de dos regidores para que estuviesen al tanto sospechando que tal cantidad de hombres podrían dar alguno que otro suceso. La incomodidad del paso de la compañía de soldados por la villa queda de manifiesto en las actas del ayuntamiento, y explícitamente en el encabezamiento del acta del trece de noviembre de 1608, que dice: «Acuerdo de los regidores del ayuntamiento y alcaldes desta villa para echar della a los gentiles hombres de armas por convenir a los vecinos de esta villa y bien della»
Oficialmente costó a la villa «echar della a los gentiles hombres de armas», los veinte mil reales anotados, además de las costas pagadas a los vecinos, pero quizá también alguna que otra moza de la villa enamorada por las graciosas plumas que los soldados aireaban por las calles y plazas de Alcázar. Una imagen en Alcázar de San Juan de finales de 1608 que irónicamente queda inmortalizada por Cervantes en el Quijote editado en 1615.
Alcázar de San Juan, el lugar de don Quijote
Mediante el análisis inductivo de los condicionantes y referencias geográficas descritas en la novela he situado precisamente el lugar de don Quijote, dentro del mapa de la comarca cervantina en Alcázar de San Juan. La imagen del lugar de don Quijote, que en la novela nos describe Cervantes, coincide explícitamente con la morfología conocida de la villa en tiempos de su escritura, así como sus aspectos sociales y humanos. Como decía al empezar «Hoy es posible reconocer un lugar aún sin haber estado en él. A principios del siglo XVII no, solo habiendo estado en un lugar era posible recordarlo y describirlo con precisión», por lo que el lugar de don Quijote no es posible describirlo como hace Cervantes en la novela sin haber estado en él.
Hoy es difícil, sino imposible, reconocer durante la lectura del Quijote la morfología del lugar de don Quijote en Alcázar de San Juan, pero no lo sería para el lector alcazareño de principios del siglo XVII, que reconocería perfectamente el escenario urbano y social dibujado con imágenes nítidas por Cervantes en la novela: la picota de justicia a sus afueras con escarnios y ajusticiamientos de delincuentes, la apreciada fuente de agua en su plaza junto a la Torre del Ayuntamiento, las mujeres lavando ropa en los pilancones formados en el limpio arroyo Mina, agricultores trillando cereal en las eras del Pradillo bajo el sol del mes de julio, sus montes públicos con encinas centenarias repletas de preciadas bellotas, críos camino a la escuela, casas de médicos donde acudir en caso de enfermedad, hombres con galgos y cañas de pescar ocupando su tiempo y las no deseadas visitas de compañías de soldados que alteraban el orden cotidiano de la villa.
Luis Miguel Román Alhambra
Publicado en el blog Alcázar Lugar de don Quijote
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