Carta ganadora del segundo concurso de cartas a los Reyes Magos «Café Monago» de Alcázar de San Juan

Título: La carta de Don Bartolomé, de Ivñan Izquierdo Gómez (Zaragoza)


A la atención de mi honorable soberano, su majestad el rey Melchor:

Permita a este humilde anciano, que responde al nombre de Bartolomé, el atrevimiento y la licencia de prender la pluma y dirigirse a usted tras décadas condenado al olvido.

Quizás, con ayuda de su omnipotencia, pueda rastrear en los cajones de su memoria para recordarme como aquel tierno infante que, con caligrafía nerviosa pero cuidada, plasmaba sin excusa sus peticiones en un descolorido trozo de papel antes de ensobrarlo y hacérselo llegar poco antes del cambio de año. Soy ese niño que depositaba generoso unos pocos suministros en el alféizar de la ventana de su dormitorio, tratando de hacer más llevadero el viaje que usted y su séquito emprende desde tiempos inmemoriales cada noche del cinco de enero, con la noble misión de convertir deseos en sonrisas cuando llegan los primeros rayos de la mañana.

A mis ochenta y nueve años, sigo siendo ese niño, por más que el espejo haya decidido aliarse con el caprichoso trascurrir del tiempo para sustituir el reflejo de un joven pecoso, curioso e inocente, de mejillas sonrosadas, por la silueta de un viejo, de piel apergaminada y mirada invadida por la nostalgia, que siente que su llama se consume conforme se aproxima el final de sus días.
Los últimos meses me han dado el aviso de que marcharé pronto para iniciar un nuevo estadio de la vida, el de la muerte. Le imploro por ello que, tras más de ochenta años en los que nuestros caminos no se han cruzado, atienda un último de deseo a modo de postrera voluntad.

Esta vez no ansío un muñeco de trapo, tampoco el lote de juegos de mesa o de ensamblaje que empezaban a estar de moda después de esa maldita guerra que nos enfrentó entre hermanos, ni siquiera un par de zapatos con el que acudir con estilo a la Misa del domingo. De hecho, la presente petición no es para mí, pues ya soy poseedor de todo lo que he deseado. Ahora, mi demanda se hace en favor de aquellos que todavía han de alzarse al escenario tan maravilloso que es la vida.

Utilice su magia para que todos puedan llegar donde yo ahora me encuentro, tras cubrir todas las etapas que el guion de la existencia recoge.

Solicito para otros el disfrute de la primera bocanada de aire que llega al abandonar el ambiente calmado del útero materno, el sosiego que otorga el primer contacto de tu piel con la de tus progenitores y escuchar desde el otro lado los latidos de un corazón que ya conoces, mientras eres cegado por la luz del mundo exterior que ahora te acoge.

Pido también que nadie sea privado de la inocencia, del juego y de los primeros experimentos de socialización que solo la infancia es capaz de infundir. El nerviosismo de cada descubrimiento y de los primeros pasos es un regalo que merecemos.

Haga que nadie se pierda el cosquilleo que la adolescencia impone, tampoco los cambios emocionales dibujados por el antojadizo pincel de hormonas y modificaciones físicas.

No se olvide de dotar de fortaleza durante la juventud, tampoco de la poderosa sensación de sentirse invencible tras haber conseguido la independencia que viene tras derrocar al vértigo que genera saltar del nido.

Ruego también que deposite la carga de responsabilidad, la experiencia, el mandato y el liderazgo que son obligatorios durante la edad adulta.

Para la senectud necesitarán dosis de serenidad, ternura y sabiduría, también de dependencia.

El primer día de colegio, el recuerdo de un beso, la sucesión de éxitos y fracasos, las responsabilidades impuestas, las preocupaciones que llegan de improviso, los achaques, castigos y recompensas… todo merece ser vivido y sufrido.

Hoy, aunque esas vivencias solo llegan a mí cuando cierro los ojos y miro atrás en la senda del recuerdo, me siguen premiando como el primer día.

No desatienda la solicitud de su más fiel seguidor, solidarícese conmigo y sáqueme mi última sonrisa el próximo día seis de enero. Regale una vida llena a los que vienen tras de mí, dé lo que yo he vivido.

Atentamente,
su siempre fiel, Bartolomé.

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